Esta pregunta pública merecía otra respuesta que una negación tajante. Para responderla cada adulto tendría que hacérsela primero. Porque así me levantó mi padre, y se lo agradezco porque soy gente de bien; porque hay que enseñarle los valores y que respete; porque sí, y ¡que me echen el ICBF! ¡que no vengan a decirme cómo criar a mis hijos! Si no aprende ahora, después será peor. Luego me lo agradecerá. ¡No vale!
Si se pregunta a niños/as por qué sus papás les pegan, responden: no sé; para que me porte bien; porque “me lo busco”; para que yo “sea alguien”, ¿quién sabe? A veces se pone bravo porque está de mal genio o ha tomado mucho. Si me porto bien me da para un helado.
Educación de zanahoria y garrote: recompensa/castigo, miedo/obediencia; que no enseña a decidir, ni a asumir las consecuencias de sus decisiones; que enseña a cumplir la voluntad de quien manda, hacer o no hacer por no ser castigado. No construye autonomía ni siquiera valores o ética, solo acostumbra a actuar en función de posibles sanciones, más no con autonomía y convencimiento.
Los golpes (“tradicional chancletazo”), malos tratos (“autoridad para que respete”), gritos e insultos (“dialogo” unilateral y sermones), autoritarismo (exceso de autoridad arbitraria), las amenazas (“consejos” de obligatorio cumplimiento) no educan; amedrentan, condicionan, amaestran como perros o loros que obedecen y repiten porque no pueden hacer otra cosa. Estos tratos no educan para la libertad y toma de decisiones propias sino para la obediencia ciega o rebeldía impulsiva, con el temor como guía. Y, si de grande se les agradece a los papás los malos tratos, puede ser porque no se es tan adulto para entender y cuestionar su infancia. Así las cosas, no hay más opción que repetirla para los/as hijos/as.
En un país donde asesinan niños o los transforman en máquinas de guerra, los adultos necesitan un tatequieto total en cuanto a tocar el cuerpo de niños/as se refiere.