La situación de Metrolínea empeora, sus finanzas se hacen más exiguas, su personal se acorta, su flota se esfuma, sus paraderos y estaciones se oxidan, se desmantelan y se desploman, sus deudas crecen y los usuarios desaparecen.
La ciudad se pregunta con razón: ¿qué hace el Concejo de Bucaramanga por la ciudad? ¿ejerce control político cómo es su función o solo recibe prebendas que doblegan su voluntad?
Se lo pregunta porque no hay debates importantes de control político. Todos esperan las migajas de poder que da la Alcaldía para seguir de concejales ahora que entramos en año electoral. Y mientras tanto el alcalde también tiene su propio candidato, porque a pesar de que dice que nunca vivió de la política, ni en la ciudad, y que apenas acabe su periodo se irá de aquí, le interesa dejar un heredero como hacen casi todos los que terminan un periodo (él mismo fue heredero de otro que se acostumbró al poder y que ahora se queja por su ingratitud como lo hacía el conquistador Lope de Aguirre contra Felipe II).
La coalición mayoritaria no se ha enterado que la ciudad anda muy mal y que el periódico Vanguardia (22-01-23) ha venido dando testimonio de ello: “alarmante ola de inseguridad en Bucaramanga, en promedio 16 robos diarios”. Pero no, no se dan cuenta y menos el señor alcalde, que va a “quemar” al general Vásquez porque el problema desborda las medidas policivas, que terminan fracasando cuando no hay todo un plan estructural.
¿Y la coalición minoritaria? Excepto Carlos Parra y Danovis Lozano, que han sido coherentes en su ejercicio (aunque también muy mediáticos), pocos se salvan.
La ciudad necesita un Concejo que haga control político y acá no se está haciendo. Los habitantes de Bucaramanga ven que el alcalde y el Consejo no están haciendo nada por ellos. Y lo peor, que cada vez hacen menos, mientras van apareciendo cuestionamientos a funcionarios (como pasa con la jefe de gobernanza, que tiene líos judiciales en Neiva).
La Alcaldía está entregada a los politiqueros y esa situación lesiona profundamente los proyectos de la ciudad. Los 400 años ni siquiera dejaron en la memoria colectiva nada trascendente porque esta celebración solo se aprovechó para derrochar dineros públicos y hacer negocios privados. La ciudad necesita una renovación cívica y ética (pero no de esa ética que ya conocemos) y por estar en año electoral estas medidas no se pueden seguir viendo aplazadas.