Lo deseable es que todos, durante estas festividades que apenas comienzan, sean responsables de sí mismos, de sus familiares y de todas las personas con las que compartan en sitios públicos, para que en un mes celebremos también haber pasado un diciembre amable, pacífico y seguro.
Es imposible no conmoverse cuando uno va a una escuela de una vereda de Zapatoca (no menciono cuál para no generarle problemas a la profesora), y se da cuenta de lo maltratados que están algunos niños en Colombia y Santander. Es necio no reconocer que este país sigue creciendo lleno de violencia, sobre todo en niños y niñas (para no referirnos a las violaciones) ante la contstante indiferencia de sus habitantes. Conocimos el caso de un niño que asiste a esa escuela cuyo papá lo ‘levanta a pata’, crueldad infinita con un ser indefenso y de otros alumnos que asisten entre el hambre y el cansancio, después de caminar horas a su escuela (y eso que no estamos hablando de la Colombia profunda). Zapatoca ya está a un paso de Bucaramanga, pero estas cosas siguen sucediendo en esa escuela y en muchas otras de las infinitas veredas de este país abandonado.
La profesora que todos los días madruga a cumplir con su deber con el propósito de educar 16 niños de 4 a 16 años, cuenta con un solo salón donde tiene que enseñarles a todos los niños: a unos, los más pequeños, enseñarles a leer, a otros las tablas de multiplicar y a los más grandecitos otras materias.
¿Uno se puede preguntar, cómo puede una sola profesora a pesar de tanta dedicación y delicadeza, educar a estos niños que aguantan hambre y vienen de familias rotas para lograr que ellos sean competitivos frente a los demás niños de Colombia? La vida es dura y corta, pero lo es más para esta infancia que difícilmente será feliz porque el maltrato se ensaña con ellos, en su propia casa.
¿Cómo puede uno cambiar este panorama desolador? Porque además, a esos niños y a esa profesora y a esa escuela, les roban el mercado y los computadores pasados de moda.
Y esto que pasa en esa escuela de Zapatoca, sucede en otras escuelas de Colombia. Esos niños que conocimos tienen la virtud de la alegría a pesar de su vida maltratada, recordándonos que es necesario cambiar lo que nos han dejado por años la desdicha.
Nota:
Hablando de infancia, la hija mía y su esposo donaron para el municipio de Zapatoca, un parque infantil a través de su Fundación Bavilú, radicada en Münich. Esfuerzo por construir con generosidad un nuevo país alejado del odio y la falta de integridad.