Todas las noches, a las 8 de la noche, se aplaude a los héroes. Rutinariamente lo hacen y se escucha una canción dulzona de fondo. Cada vez son menos los que se asoman a aplaudir, cansados de la cuarentena, mientras el miedo se apodera de la sociedad. Los médicos, a los que aplauden, ahora son rechazados por el miedo colectivo que se activa como una hoguera que avanza. Los ignoranres excluyen con violencia lo que creen peligroso, y el instinto más primitivo del ser humano se despierta. Ese instinto mata, destruye y saca lo oculto de la naturaleza humana que los siglos no han modificado. El miedo lo activa.
Ese miedo lleva a discriminar a los médicos y al personal de salud, como en España le sucedió a una ginecóloga a la que en su automóvil le estamparon esta frase: “rata contagiosa”. Aquí, en Bucaramanga, en un supermercado no iban a dejar entrar a dos enfermeras por el peligro de contagio. Una lloró y dijo que tenía hijos y necesitaba hacerles mercado. En muchas ciudades de Colombia, está pasando esto, aíslan a los trabajadores de la salud. ¿Ya no merecen el aplauso?
El miedo trastorna la sociedad y nos recuerda los tiempos de la lepra, cuando el enfermo era condenado a la soledad de los caminos. En las iglesias el sacerdote tumbaba al enfermo delante del altar y el cura decía: “Ahora mueres para el mundo, pero renaces para Dios”. Si el enfermo estaba casado, la iglesia consideraba disuelto el matrimonio, y sus bienes se transferían sobre todo a entidades religiosas. No estamos lejos de eso en esta pandemia de odios a las personas. Ese miedo discrimina y maltrata, aflora lo ruin que nos habita. Aflora odios, y esto es más peligroso. A los héroes no les pagan, les deben, y encima los acosan.
Ese miedo no se va a ir porque a lo desconocido el hombre le teme como le temía a la lepra y a la sífilis. Y vendrán más pandemias porque la destrucción de la naturaleza no trae otra cosa. Falta que ahora alguien se atreva a defender la megaminería en nuestro departamento. Ojo, que en la noche se cometen las infamias.
