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Donaldo Ortiz Latorre
Domingo 09 de febrero de 2020 - 12:00 PM

La barbarie

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La imagen del feminicida Alberto Urrego con sus manos ensangretadas llama a una profunda reflexión como sociedad. Esa sangre no se le borrará jamás. Así se las lave, eternamente estarán manchadas con la sangre de una mujer a la que decía “amar” y de su amiga. Urrego sabe que las ha “cagado” (así les dice a sus amigos) y esos amigos proclives al machismo lo tratan de justificar: “Que tenía depresión, que estaba borracho, etc”. Excusas. Este acto reprochable que toca el corazón humano debe sin peros ser considerado un feminicidio y no un “acto de demencia”, como muchas veces se alega. Tiene mirada de cobarde. El clásico “valentón” que huye espantado “después del acto asesino”.

Hace años que se lucha contra la violencia de género sin los resultados deseables, porque el hombre no ha entendido que la mujer tiene necesidad de emanciparse, de formarse, de decidir su vida según su propio criterio y gusto. Eso no lo han entendido muchos hombres que castigan a la mujer por su búsqueda legítima de dignidad. El horror persiste ante la falta de respuestas por parte del Estado y de la ciudadanía que tolera a diario microviolencias machistas.

Los feminicidios son consecuencia de una sociedad machista: Angie Paola Cruz y Manuela Betancourt Vélez, estudiantes de la UIS, en cuyos rostros quedó el pavor de ver convertirse en asesino a un amigo, fueron las víctimas de una terrible enfermedad que tenemos que extirpar de raíz. Las cifras crecen tozudamente, de modo que debemos preguntarnos: ¿Cuántas mujeres asesinadas faltan para que reaccionemos decididamente?

Las evidencias demuestran que es un tema de género, de un concepto de dominio de la mujer amparado por la cultura patriarcal que durante milenios ha predominado. No se podría entender este brutal ataque y la forma de extirpar ese cáncer si no prestamos atención al pensamiento feminista contemporáneo. La sociedad tiene que hacer frente al problema sin eufemismos y eliminar las condiciones que hicieron posible tal mal.

No hay excusas. Hay que castigar contundentemente al asesino. A los asesinos. Y hay que evitar que más casos como estos se sigan presentando. El Estado no puede ignorar más su papel, y la ciudadanía debe solicitar medidas sin titubear. No más horror. No más feminicidios.

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