El Club del Comercio está conmemorando importante efemérides, esta vez, en medio del silencio aterrador y del bullicio de sus elegantes fiestas. La pandemia ha doblegado e impedido volver a danzar y libar como en otros tiempos. No obstante, el viejo edificio, ícono de nuestra ciudad, permanece erguido, esperando nuevos vientos alentadores para nuestra urbe.
Recuerdos sentimentales del ayer; botellas de champán vacías con sus marcas de espumas perpetuadas, menús acondicionados para las grandes celebraciones, proposiciones de duelo exaltado, amigos con arrugas hondas a causa del tiempo trascurrido, brindis de almas, secretos sin tiempo ni destino, austeros programas que perdieron la luz y el parket silencioso que espera el retorno de sus danzarines.
En mi primer libro sobre el Club, Roberto Harker Valdivieso escribió: “La fotografía exterior de la mansión y las muestras interiores con los desnudos de mujeres que palpitan sus carnes frescas sobre muros blancos, asedian a los visitantes. Pero el verdadero tesoro del Club del Comercio, está en su recogida historia. Los libros de presentación y las actas escritas en el Siglo antepasado con plumillas de avestruz en términos modestos de tiempos añejos, ofrecen palabras que tienden un puente sobre el recorrido de la vida.”
Quienes se reunieron para fundar la institución que con el correr de los años, en la distancia de la historia, ha sido un centro social integrado al desarrollo de nuestra comarca, abrieron luego las puertas de su asociación para recibir en su seno y para atraer hacia él nuevos socios, nuevos hombres que desde entonces han formalizado su vida institucional y han sido, en una u otra forma, partícipes del desenvolvimiento de Santander.
Los libros de actas aprobadas y fechadas durante los primeros años de su fundación, hace 148 años, son el testimonio fiel de una época histórica, digna de recordar en este homenaje que hacemos al Club y a quienes lo han engrandecido.
