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Jueves 30 de diciembre de 2021 - 12:00 PM

En medio de obituarios

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Otro año que concluye en medio de obituarios. La presencia de la horrible pandemia ha hecho que la parca haya multiplicado su oficio. La mitología romana nos enseña que Átropos, una de las tres hermanas con figura de mujeres viejas, mientras la una hilaba y la otra devanaba, aquella se dedicaba a cortar el hilo de la vida, y la verdad es que en los tiempos presentes ha cumplido su misión con eficiencia.

Al reporte oficial con más de cinco millones de muertes, que a juicio de la Organización Mundial de la Salud, pueden ser el doble o triple, hay que sumarle todos aquellos que se han ido como consecuencia de la inactividad, del confinamiento, de la depresión, de la falta de atención médica debido a la congestión de las clínicas con pacientes infectados, o al miedo de acudir a un centro de salud por el temor al contagio, y desde luego también, por los desenlaces posteriores al haber padecido el virus, y que han dejado a muchos en condiciones de salud muy precarias.

Una llamada telefónica, o una visita inesperada, puede ser, ahora más que nunca, la notificación del fallecimiento de un ser querido. Por las mañanas, cuando tomamos el periódico, llegamos trémulos a la sección de los obituarios, y después de leerlos uno por uno, en medio del pánico, sentimos la enorme satisfacción de no estar incluidos todavía allí.

Esta es la razón por la cual tal vez hemos aprendido a valorar con mayor fuerza la vida, pues ha sido más fácil comprobar que ella depende de un hilo y que con cualquier situación inesperada se puede alterar, o tal vez extinguir, cuando a estas alturas no hemos podido comprobar todavía si existe la vida eterna, si es posible la reencarnación, o si el alma muere definitivamente, junto con su compañero, el cuerpo.

Así es que, como enseñanza para los días por venir, en un nuevo año que comienza, es que definitivamente tenemos que aprender a valorar nuestras vidas, la propia y la de los seres queridos, incluidos los amigos, pues todo transcurre tan rápido, en medio de tanta incertidumbre, que nos lleva a pensar en que el disfrute de la vida tiene que ser un acto permanente, constante, inequívoco y persistente, pues tal vez a la vuelta del día, o de la tarde, o de la noche, no lo podamos hacer.

Y si aprendemos a valorar la vida, aprenderemos también a apreciar las bondades de ella, para que sea más limpia, pura, representativa, digna y fructífera.

El acto de la vida no se puede ejercer de cualquier manera, es necesario reforzar sus cimientos, enriquecerla, valorarla y exaltarla. Si la vida no es posible ejercerla con dignidad y decidido entusiasmo, habremos desempeñado un pobre y lánguido papel, y habremos también desaprovechado la oportunidad de ese don inapreciable, y seguramente irrepetible, de la existencia. Como decía el poeta Baena “la vida es un instante, que obliga a ser feliz”.

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