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Eduardo Durán
Jueves 17 de diciembre de 2020 - 12:00 PM

Polo Pinto

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De manera súbita, tal vez en medio de una enorme sonrisa, como las que sabía lucir siempre, se murió Hipólito Pinto Parra, o Polo, como siempre lo conocimos: alegre, desbordado de optimismo, con mil ideas en la cabeza, para las cuales no esperaba apoyos, el apoyo era él mismo, y que no esperaba ni a que el día comenzara, ni a que la noche terminara, pues el motor que tenía dentro no paraba y parecía que siempre estaba repotenciado.

Muy seguramente ese empuje lo heredó de su padre, el fundador de Gaseosas Hipinto, que se convirtiera en uno de los símbolos de la región; también fundador de la constructora La Victoria y de muchos emprendimientos, de los cuales Bucaramanga y Santander se llenó de orgullo.

Polo, acostumbró manejar un bajo perfil; hacía su trabajo sin ostentación y sin ánimo de figuración; estudiaba mucho y se fijaba en todo, cuando uno tenia la oportunidad de hablar con él, sus charlas eran interminables, pues le afloraban ideas para todos los temas, en los cuales no solo opinaba, sino expresaba sus aportes, pues todo lo tenía estudiado y calculado, y siempre expresaba algo nuevo sobre lo cual había mucho que aprender.

Así como leía bastante, también escribía, y le gustaba hacerlo sobre su familia, sobre la región, sobre temas motivacionales y sobre experiencias vividas. Fue un hombre de mundo: estudio en Argentina y en los Estados Unidos, y dentro de sus pasiones estaba la de conocer las diversas culturas existentes, razón por la cual siempre tenía un tiquete de vuelo en su bolsillo.

Ahora con la pandemia, se sentía limitado, con ataduras, y empleaba el tiempo escribiendo, y me decía “no le tengo miedo a la muerte, si viene por mi me voy, que alegría conocer ese misterio que ningún vivo conoce”. Tal vez esa la razón por la cual su último escrito por publicar lo había titulado La muerte es bella. Veía en medio de sus inquietantes cavilaciones y en su deseo innato de estar haciendo cosas permanentemente, una oportunidad para descubrir, para crear y para seguir haciendo lo que le gustaba hacer, ya sin las ataduras del cuerpo y de este mundo limitado, amenazante y perverso.

Solía decir que el éxito en la vida estaba en hacer de todo y hacerlo bien; con entusiasmo y alegría, y anotaba “yo hasta lavo pisos y quedo feliz, cuando los veo brillar y comprobar que el resultado se vio en el esfuerzo colocado”. Y se seguía riendo, porque se reía hasta de los errores, sabiendo que era fácil salir de ellos cuando se trabajaba en el sentido indicado, ya sin repetir equivocaciones.

Mucha falta nos hará ese amigo, que siempre se nos presentaba como una luz que brillaba con inmensa alegría y motivación.

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