martes 01 de noviembre de 2022 - 12:00 AM

Eduardo Muñoz Serpa

Dentro de un año...

Dentro de un año, el domingo 29 de octubre de 2023, habrá elecciones para que los habitantes de Bucaramanga seleccionemos en las urnas a aquel que será alcalde de la ciudad entre 2024 y 2027. Ello ocurrirá 35 años largos después de ese 13 de marzo de 1988 en que por primera vez elegimos alcalde.

Llevando ya más de tres décadas en tal menester, debemos preguntarnos si hemos usado correctamente el privilegio de ser los electores quienes seleccionamos al administrador de nuestra ciudad. La respuesta es amarga: pocas veces hemos sabido escoger a la persona apta para administrarla; la mayoría de las veces hemos errado y caro ha pagado Bucaramanga nuestra torpeza electoral.

Las elecciones populares, más que por el sereno y ponderado raciocinio sobre propuestas válidas y posibles, son habilidosamente dirigidas por el malicioso manejo de las emociones colectivas, por el uso engañoso de la publicidad, por manipulaciones malintencionadas de “bodegas” que direccionan la decisión de las personas para que se inclinen en este o aquel sentido predeterminado y los resultados para la ciudad y la colectividad han sido funestos.

¿Ejemplo? Cuando emotiva y equivocadamente se eligió a Iván Moreno Rojas, haciendo a un lado las propuestas de alguien que hubiera sido un atinado administrador de nuestra ciudad, Rafael Ardila Duarte. Las maniobras publicitarias y las mangualas electoreras le dieron a Bucaramanga un alcalde que dejó mucho que desear y hasta vimos arder el edificio de la alcaldía. Y no ha sido esa la única vez en que la decisión de los bumangueses ha sido equivocada.

Las determinaciones desacertadas del electorado hicieron posible que lo que fue una ciudad amable, apacible, mutara en inenarrable desorden en la administración pública, un crecimiento exponencial de los actos de corrupción, pandemónium en las vías vehiculares y que haya más seguridad en ciudad gótica que en Bucaramanga. No hemos construido sino destruido nuestra casa común, el lugar donde vivimos y criamos a nuestra descendencia. ¿De quién es la culpa? De nosotros, los electores.

Este artículo obedece a la opinión del columnista. Vanguardia no responde por los puntos de vista que allí se expresen.
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