Ganar elecciones presidenciales no es fácil pero lo que una nación necesita no es a alguien hábil en cómo ser elegido sino que sepa gobernar, es decir, que tenga dones y cualidades para guiar atinadamente a un país, que tenga control y dominio de sus emociones, discreción, cautela, lenguaje apropiado en cada circunstancia, que serenamente calcule y sopese los riesgos, los pro y los contra de cada posibilidad, dilucide los hechos y solo tome decisiones y hable después de observar mucho cada momento.
Un buen gobernante debe tener dominio de sí mismo, debe tener destreza para no evidenciar en los momentos de tensión, ni cuando haga uso de la palabra, ira, miedo, sorpresa. Debe respetar y acatar de palabra y de obra las normas que rigen el Estado de Derecho, no pronunciarse ante decisiones judiciales, acatarlas sin desviaciones.
Un gobernante atildado debe ser sensato y pragmático ante coyunturas que le sean negativas, actitud que debe observar en momentos de crisis, debe evitar el expresar deseos, dudas, emitir posiciones subjetivas, ser más un observador de los hechos que un actor de ellos.
Durante 26 meses Iván Duque ha demostrado que no tiene la discreción, cautela, ni la prudencia de un buen gobernante. La opinión que dio luego de que la cúpula de las Farc confesara la autoría del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, riñe con la sensatez que debe tener un buen gobernante. Sus argumentos defendiendo la presencia de tropa estadounidense en territorio colombiano, no son apropiados para un Presidente. Su decisión ante el fallo judicial que ordenó al Estado a pedir perdón por desmanes de la Policía, choca con la cautela de un buen gobernante. Lo dicho cuando se privó de la libertad a Álvaro Uribe no es lo que se espera de un Presidente. Y no son esas las únicas oportunidades en que ha demostrado que no tiene el dominio de situaciones que debe tener un buen gobernante.