martes 28 de marzo de 2023 - 12:00 AM

Eduardo Muñoz Serpa

El Coliseo Peralta

A pocos en esta caótica ciudad les conmueve que buena parte de la edificación del Coliseo Peralta se haya derrumbado por las lluvias y la falta de mantenimiento. Fue un desastre; en el país era único en su género arquitectónico.

Quienes estudiaron teatro en la Bogota de los años 60 y 70 del siglo XX, oyeron a Enrique Buenaventura, Santiago García, Jorge Alí Triana y Carlos José Reyes, alabar al Coliseo Peralta, la única sala de teatro estilo inglés renacentista del siglo XVI que hay en Colombia, estilo del que en el Londres de entonces hubo un puñado de salas destacándose The Globe Theatre (1599), en el que William Shekaspeare trabajó, donde se estrenaron sus monumentales obras. Historiadores respetables de Bucaramanga afirman que su estilo es de corral de teatro español del siglo XVII. Uno y otro son parecidos, ambos heredaron la simplicidad arquitectónica medieval.

El teatro inglés renacentista del siglo XVI, o isabelino, era de madera o piedra, circular o rectangular, con amplio patio interno no techado, espacio que se convertía en platea y las galerías derivaban de las balconadas internas.

Los actores hacían las representaciones en el patio (poco en el escenario), recitaban sus parlamentos “incrustados” en la platea, volviendo al público más partícipe del drama que espectador. No había “efectos especiales”, poca escenografía, el actor refinaba su capacidad gestual, mímica y verbal, como lo hace Próspero en “La Tempestad” de Shekaspeare, creando lugares y mundos invisibles. En las plantas superiores se hacían público y los músicos.

Sea el Coliseo Peralta de uno u otro estilo arquitectónico, es el único que hay en Colombia. Se estrenó en 1893, allí se proyectó cine mudo desde 1897, albergó a los heridos de la batalla de Palonegro, en él expusieron sus ideas políticas María Cano y Raúl Eduardo Mahecha, en los años 40 del siglo XX hubo patinaje, riñas de gallos, fue víctima del mal uso y del desuso, hasta que en 1975 fue declarado Patrimonio Histórico Nacional. En 1980 lo compró el Club Kiwanis y actualmente es propiedad del municipio.

Una joya en una Bucaramanga llena de tenderetes, desorden vial y caos, secuelas de la incompetencia de muchos de los alcaldes de este siglo y del modelo económico neoliberal impuesto en los años 90, que mutiplicó exponencialmente el desempleo y lo que los barranquilleros llaman los “agáchate pa’ comprar”.

Este artículo obedece a la opinión del columnista. Vanguardia no responde por los puntos de vista que allí se expresen.
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