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El Pelé que conocí
Faltaba poco para que comenzara el Campeonato Mundial de Fútbol de 1970 en México. Una de las grandes preocupaciones de los preparadores físicos y de los entrenadores de las 16 selecciones que iban a concursar en tal evento era la altura sobre el nivel del mar de Ciudad de México: 2.200 metros. Inglaterra y Brasil miraron entonces hacia Bogotá, que está a 2.625 metros de altura. A los ingleses, en 1969, sus planes se le aguaron por un desafortunado incidente en las instalaciones del Hotel Tequendama, cuando su seleccionado, que debía defender el haber ganado la anterior Copa Mundial, se alojó en tal hotel y tuvo que enfrentar la acusación hecha a “Bobby” Moore, su capitán, de haber sustraido un brazalete de oro de una de las joyerías que hay en sus instalaciones.
El preparador físico de Brasil, Claudio Coutinho, y el entrenador (hasta 2 meses y medio antes de iniciarse el Mundial) Joao Saldanha, buscando adaptar el equipo a jugar en altura, decidieron entrenar varias semanas en Bogotá. Ante lo ocurrido a los ingleses, optaron por concentrar a la selección en un tranquilo hotel que estaba ubicado en el costado sur-occidental del Parque Brasil, en el barrio La Magdalena, en la carrera 17 con la calle 39.
Eso hizo que el parque y el barrio se acostumbraran a ver cotidianamente a Pele, ‘Tostao’, Rivelino, Gerson, Jairzinho, Carlos Alberto, Clodoaldo, y demás miembros de tal equipo. Cuando no estaban entrenando en el Club Militar, caminaban por el parque, se cortaban el pelo en la peluquería del barrio, firmaban autógrafos a los niños y jóvenes de la vecindad y “jugaban banquitas” con estos en el prado del parque, donde hacían “veintiunas”, les decían como “manejar” el balón, etc. Fueron gratos vecinos, poco antes de ser ídolos mundiales.
Quienes vivíamos entonces en ese barrio, fuimos durante varias semanas amigos de los jugadores brasileños que aún medio siglo después, siguen embrujando al mundo con la forma como cinco numeros “10”, Pelé, Tostao, Jairzinho, Rivelino y Gerson, pueden armonizar en una cancha y hacer del fútbol un deleite sin par. Ellos, en especial los que hablaban español, como Pelé, saludaban a los transeuntes, dialogaban con los que pasaban y reían con espontaneidad cada vez que alguien les preguntaba si iban a ganar el Mundial de México 70.