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Eduardo Muñoz Serpa
Lunes 28 de septiembre de 2020 - 12:00 PM

Julio César Duarte Massey

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En este año, atípico, incierto, impredecible, solo algo ha sido incontrovertible: la nutrida marcha que al más allá han emprendido seres de nuestro entorno, personas que eran parte de nuestra vida como comunidad, que eran nuestra referencia fraternal para asuntos trascendentes y también para el cuotidiano vivir, que nos arrancaban una sonrisa con una ocurrencia, o nos hacían observaciones sensatas, lúcidas, que le daban contenido al vocablo amistad y al concepto de vida. La ventisca que durante diez meses hemos soportado nos ha rapado a amigos entrañables y de ello nos hemos enterado tardíamente, a solas, y solo nos queda pronunciar languidamente sus nombres y bajar la mirada.

Semana tras semana crece la audiencia de los que han marchado. Anteayer me enteré que hace varias semanas terminó la vida de Julio César Duarte Massey, quien era carácter, cabal expresión de los seres que a mediados del siglo XX recibieron de sus mayores el relevo en esa dura brega que es moldear a nuestra patria y a esta región y sin descanso, con sobriedad, se dedicó a ello y a fe que dejó sólida huella.

Sus gestos, actitudes, decisiones, su comprensión de los hechos, tenían la impronta del temperamento santandereano. Su generación soportó tempranamente persecusiones politicas, dificultades, sorteó todo con coraje, dignidad y altivez, pero un hombre firme como era él no imaginó lo que era quedar sin el ser al que había unido su vida y así, él, que fue imperturbable ante los golpes del destino, se tronchó cuando su complemento, el ser que estuvo siempre a su lado, Rosita, su esposa, falleció y desde ese instante, nada volvió a ser lo mismo.

Fue bachiller santanderino, estudió Derecho en las Universidades Libre y Externado de Colombia, brilló en la política, en la cátedra, en el foro, fue franco camarada de sus amigos, de sus colegas, de sus contemporáneos. Vivió con dignidad y sensatez, murió silentemente. Hasta siempre Julio César.

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