La historia demuestra que las naciones y regiones que han experimentado un desarrollo significativo han sido aquellas en las que el sector público y el empresarial se han unido y compartido responsabilidades y objetivos.
Conozco esas empinadas calles, trazadas sobre las lomas en que un día organizaron un asentamiento humano que, poco a poco, se volvió poblado y mas tarde fue erigido en villa por las lejanas y ariscas autoridades de la Corona de Castilla para, desde entonces, ser Santa Cruz y San Gil de la Nueva Baeza. En esas callejas di mis primeros pasos, anduve en mi infancia y, luego, cuando visito a los lares de mis mayores, las recorro para añorar a mis abuelos.
Esos caminos son testigos de la niñez, formación y vida de un ser de procedencia humilde y espíritu inmenso, hijo de un obrero de la construcción y una ama de casa que tuvieron 11 hijos de los que él es el décimo, que cursó sus primeras letras y sus estudios primarios en escuelas públicas, ganaba centavos voceando Vanguardia Liberal, los secundarios en un colegio estatal, donde se hizo bachiller técnico en soldadura de metales; que ayudó a su padre a construir casas, trabajó en Cementos Hércules, prestó servicio militar, decidió no estudiar Geología sino entrar al Seminario de San Gil, pasó luego al de Bucaramanga, se ordenó de sacerdote en la catedral sangileña y desde entonces fue cura de pueblo...
Si, lo fue en Albania, Curití, Pinchote, Barichara, Mogotes, vicario episcopal de San Gil, en lo que estaba cuando lo designaron obispo de Montelíbano (Córdoba). Fue entonces cuando la tierna anciana que era su madre, exclamó: “¿Obispo? ¡Yo creí que para ser eso había que ser de familia rica!”.
A ese cura de pueblos santandereanos, de lenguaje concreto, profundo, prudente, que recomienda perdón y reconciliación, que analiza la doctrina de la Iglesia con precisas y lúcidas frases, aquel que luego de ser arzobispo de Popayán y de Bogotá, en frías madrugadas ayuda a repartir agua de panela a los habitantes de calle y a los sin techo, ese que trabaja por la población migrante, desplazados, ayuda a envejecidas trabajadoras sexuales y destechachados, a ese, lo designó El Vaticano como cardenal primado de Colombia.
¡Qué homenaje al clero humilde, que real, desprendida y generosamente trabaja por sus semejantes!
Quien lo creyera, Santander, tierra de viejos radicales incrédulos, es la que más cardenales ha dado a Colombia, tres de once. “¡Lo que vemos!” ... le diría mi creyente abuela a su descreído esposo, mi fraterno y añorado abuelo.