martes 05 de septiembre de 2023 - 12:00 AM

Eduardo Muñoz Serpa

Octi Puyana

No rememoro cuántos éramos en ese entonces pero si nos hubieran contado, el resultado hubiera sido abultado. Como ha sido una constante en nuestro país, a mediados del siglo XX los días eran un rosario de tribulaciones, inseguridad e incertidumbre, pero eso no era problema nuestro, que fueran los adultos quienes se preocuparan pues lo nuestro era distinto, jugar en las calles del barrio, montar en cicla, o en patines, o ‘armar un partido’ de fútbol en cualquier lugar y escondernos si un vidrio de alguna casa se rompía, o jugar al trompo, o con bolas de cristal, o con tapas de gaseosa a “Vuelta a Colombia”, mientras ‘sesudamente’ debatíamos sobre qué ciclista colombiano era en ese entonces el mejor, o qué futbolistas argentinos traería el Atlético Bucaramanga. Ese era nuestro trajín y hoy, cuando hasta el siglo XX hace años pasó la página, añoramos esos días, la infancia, los amigos que hicimos para siempre.

Lo que ignorábamos era que mientras nosotros estábamos dedicados a ser niños y no anidaba en nuestro interior eso que llaman nostalgia, tres mujeres inflexibles, las Parcas, sin desmayo tejían el hilo de nuestras vidas y se dedicaban a ponerle a cada quien más o menos hilos blancos, a algunos excesivo número de hilos negros y ahora, cuando cada mañana debemos peinar cada vez más canas, repetidamente nos percatamos cómo Antropos, la adusta Parca que con largas y aborrecibles tijeras corta el hilo de la vida de cada ser, lleva años dedicada a amputar el hilo de nuestros contemporáneos, de los que un día fueron nuestros camaradas y compañeros de juegos infantiles, solo para ver crecer el número de los ausentes.

El más reciente en tomar tal sendero fue un exquisito ser humano, bueno como el pan recién horneado, grato, ahíto de cualidades, Octavio Puyana Morantes, Octi. A el la vida le dio el don de no tener doblez alguna y lo unió para siempre a una de las niñas que en aquel entonces se criaron en el barrio, en el vecindario, con quien formó un hogar imperecedero.

Por muchos gratos recuerdos y vivencias compartidas, con morriña le digo adiós a Octi y, a voz en cuello y sin temor, increpo a las Parcas pues cada vez, con más frecuencia, tronchan la vida de nuestra mas inmediata semejanza, nuestros compañeros de infancia.

Este artículo obedece a la opinión del columnista. Vanguardia no responde por los puntos de vista que allí se expresen.
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