Esa pregunta golpea El Vaticano desde hace 39 años, cual gota de agua que persistentemente cae a una piedra y hace en ella un orificio.
Emanuela, adolescente de 15 años, era la penúltima de los cinco hijos del matrimonio Orlandi, grupo familiar armónico, de los pocos laicos autorizados para residir en una edificación ubicada dentro de El Vaticano. Su padre, empleado de segundo nivel del Estado pontificio, pertenecía a una familia servidora del pontificado desde años atrás.
Los Orlandi llevaban sobria vida familiar; Emanuela jamás mostró rebeldía, ni desentonó con las normas de vida de quienes laboran y viven en El Vaticano. Amaba la música, interpretaba la flauta, el piano, era integrante del coro escolar.
El 22 de junio de 1983, en la tarde, salió de su hogar para asistir a clase de música y a ensayo del coro; poco después telefoneó a una de sus hermanas y le comentó que, en la calle, un hombre le había ofrecido promocionar cosméticos de Avon a cambio de una remuneración. Es la última noticia cierta de Emanuela. El resto, durante 39 años, son especulaciones, hipótesis y esa pregunta que golpea a El Vaticano: ¿qué le pasó a Emanuela Orlandi?
Escándalos han sacudido a El Vaticano en las últimas décadas como las sucias relaciones del Banco Vaticano con la mafia, los dineros dados en Polonia a “Solidaridad”, el oscuro proceder financiero del arzobispo Paul Marcinkus, el atentado a bala de Ali Agca contra Juan Pablo II, la renuncia de Benedicto XVI, los “Vatileaks” (documentos sobre corrupción, chantajes, pedofilia), las denuncias de crímenes sexuales cometidos por religiosos en diversos países. Y la cereza del pastel: la desaparición de Emanuela Orlandi.
¿Fue “el cordero del sacrificio” en juego de poder entre la mafia y El Vaticano por lo ocurrido en el Banco Vaticano? ¿Fue un caso de abuso sexual en El Vaticano? ¿Se “voló” de su hogar?
Mucho se ha escudriñado la vida de Emanuela y no le ha hallado tacha alguna. Pero sigue desaparecida.
