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Eduardo Pilonieta Pinilla
Jueves 12 de diciembre de 2019 - 12:00 PM

Biblios...

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Cada actividad tiene su argot y los libros no son la excepción, lo cual hace que profundizar en el tema se vuelva encantador.

Desde luego que nos referiremos a los románticos libros de papel, hoy por fortuna, amenazados por los electrónicos, más fáciles de cargar, de leer y de estudiar, pues muchos de ellos son ya interactivos.

Todos sabemos qué es un libro, pero pocas veces averiguamos cómo se define: “Conjunto de hojas de papel, pergamino o vitela, etc., manuscritas o impresas unida por uno de sus lados, normalmente encuadernados formando un solo volumen” y ello dio lugar al prefijo griego “biblios”, que en términos lingüísticos significa libros.

Así las cosas, el amante de los libros se llama bibliómano y su afán por adquirirlos bibliomanía, la cual puede conducir a una bibliopatía que son los trastornos en torno a los libros impresos.

En este orden de ideas puede haber bibliófilos que los compran incluso a precios exagerados; o bibliotáfios que los guardan sin leer; o bibliofóbicos que sienten malestar por ellos; o bibliopépsicos que leen de forma apresurada y lo hacen con varias obras a la vez; o bibliocastos que los destruyen por cualquier razón, entre ellos los bibliopirómanos que simplemente los queman.

Hay bibliománticos que son aquellos que abren un libro al azar para leer lo primero que encuentran; o bibliopiratas que los compran en las calles y los bibliopégicos antropodérmicos que los empastan con piel humana.

Durante mucho tiempo existieron los bibliocleptómanos que solían robarlos lo cual obligaba muchas veces a tenerlos vigilados frente a las bibliotecas, maña que fue desapareciendo totalmente, con excepción de las librerías comerciales, pues hoy por hoy se puede dejar arrimar a los amigos a las colecciones privadas sin correr mayores riesgos.

Ahora, en torno a ellos existen muchas manías; por ejemplo: la de rayarlos, la de escribirles comentarios al margen o hacerles las correcciones que el lector considera sean necesaria o mutilarlos, costumbre ésta muy común en las bibliotecas públicas en donde el lector, por pereza, o por mala fe arranca las hojas que necesita o simplemente quita pedazos de los mismos.

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