En Colombia, en materia de elecciones públicas, pesa más un plato de lechona que un programa de gobierno y ello por dos razones: la primera, las personas no le creen a los políticos por mentirosos y la segunda, no se vota con la razón sino con la emoción y eso lo explotan maravillosamente los politicastros profesionales.
Muestra de ello son las campañas electoreras que hoy se hacen a base de montajes publicitarios capaces de convertir en patriarcas de la más refinada honradez a personas que todos sabemos son auténticos bandidos.
Si revisamos lo que prometen: acabarán la pobreza, combatirán la corrupción, aumentarán los empleos, bajarán los impuestos, serán cristalinos en la contratación y además, las veces que han tenido participación en las entidades del Estado han logrado que éstas sean empresas prósperas para el beneficio de todos.
Una vez elegidos muestran el cobre y dan la verdadera cara: contratarán a dedo a sus compinches, repartirán contratos en licitaciones públicas con un único oferente, buscarán la manera de subirle los impuestos a los ciudadanos y en general, se comportarán como lo que verdaderamente son: lobos con piel de ovejas.
Además, nuestros políticos profesionales tienen la más increíble facilidad para convertir en logros dignos de admiración las picardías que hacen en su gestión; pero lo más grave es que terminan convenciendo a los ingenuos para que vuelven a votar por ellos y de esa manera todo continúa igual.
Así mismo, empezamos a ver las alianzas políticas, verdaderas asociaciones para delinquir, a fin de llegar al erario público que es el verdadero objetivo de sus intereses y más aún, vemos ahora volverse amigos a quienes hace poco se descalificaban entre sí por problemas de honradez.
Todos esos personajes, que ya sabemos quiénes son, llegarán al poder por las vías de las maquinarias, los tamales, la lechonas y el dinero que no les preocupa gastar sin medida, pues posesionados lo recuperarán con creces.
Desde luego hay candidatos de verdad honrados, solo que nos gustaría saber quiénes son, porque la verdad, seguramente por falta de dinero o de maquinaria, no se ven por parte alguna.
