Si hace unos años, en un mundo aún desconectado en altísima proporción, hablar un segundo idioma, en especial el inglés,...
Si los legisladores entendieran
Colombia tiene un 58 % de fuerza laboral en actividades informales, rebuscándose el pan diario; además, un desempleo que raya hoy en el 12 %, es decir, el 70 % de nuestra capacidad productiva está subutilizada o sin una relación de trabajo decente, como eufemísticamente llaman al contrato formal.
En las relaciones productivas hay tres partes: Estado, empleador y empleado; éstas deben actuar armónicamente, es decir, en colaboración pues cuando una falla pone en dificultades a las otras. En el caso colombiano nuestro Estado solo busca sacarle el dinero a las otras dos para alimentar su burocracia y su corrupción, imponiéndoles gravamen tras gravamen como si la plata pudiera reproducirse en los árboles.
El empresario se ve atacado por todos lados: debe obedecer los requerimientos del mercado, manejar la competencia y producir para obtener un beneficio económico, razón de ser de su propia actividad.
El trabajador, el único defendido, reclama sus derechos alegando la necesidad de mejores condiciones laborales, intentando hacer menos esfuerzos a cambio de mayores salarios, posición entendible pero difícil de manejar.
Todo esto, desde el punto de vista de los generadores de empleo, crea enormes tensiones que desestimulan la intención de crear empresas o llevan a éstas a posiciones insostenibles, con la consecuente pérdida de puestos de trabajo.
Si el Estado aliviara las cargas impositivas, esos valores podrían trasladarse a la mano de obra, remunerando mejor a los trabajadores y alentando a las personas a promover emprendimientos que generen más empleo.
Por eso cuando se afirma que la reforma laboral propuesta no se diseñó para generar empleo sino para atornillar indefinidamente a quienes ya lo tienen, sentimos que eso no es otra cosa que una insensatez populista que solo va a producir una disminución de la oferta de trabajo pues para nadie es estimulante crear empresa para que los demás puedan vivir sabroso.
Nos preguntamos: Cuándo el 95 % de nuestras empresas, esas mismas que generan el 80 % de los puestos de trabajo, unas micro, con menos de 10 trabajadores y otras pequeñas, entre 11 y 50, pueden darse el lujo de tener un contrato de trabajo, facilísimo de suscribir, pero imposible de terminar, tal como lo prevé la nueva reforma?
Si nuestros legisladores lo entienden no aprobarán ese esperpento y si lo hacen, matarán la gallina de los huevos de oro.