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opinion/columnistas/eneas navas
Jueves 31 de marzo de 2022 - 12:00 PM

Ni an se sabe

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Sin saber cuál es el país con el mejor humor del mundo, pero feliz de ver pasar por mi acera a tantas personas que hacen chiste por todo (incluida su propia existencia en un país como el nuestro, encantado de sacar una sonrisa a la gente que me cuenta su tragedia y de reír mientras cuento las mías), reparo en lo peligroso que se ha vuelto el fino arte de hacer reír en una sociedad cada vez más exigente y sensible en la que, al escuchar cómo alguien presenta, enjuicia o comenta la realidad logrando la comicidad (apoyados regularmente en la burla, la parodia, la ironía y el sarcasmo), recurriendo por obligación a los disfemismos en los que casi siempre está el chiste o, lo que es lo mismo, caminando por el peligroso risco de la ofensa, del agravio y del insulto, esperan hacer reír.

Frente al dilema que presenta el uso de disfemismos en el ejercicio del humorismo, -usarlos o no-, llamé a El Salvaje (mi consultor humorístico), para pedirle una selección de los mejores chistes y chascarrillos de antaño y hogaño y, tras la presentación, mostré mi propuesta sobre los mismos cuentos en una versión estrictamente desprovista de cualquier palabra que pudiera resultar ofensiva en situaciones particulares y la gracia... la gracia se perdió.

Aprovechando el anonimato de El Salvaje y las ventajas de la llamada compartida, presentamos la versión humorista de los chistes a activistas del respeto total sin lograr sonrisas por lo que, ya en el andén del frente, además de entender las susceptibilidades adversas derivadas de las tragedias históricas, del machismo, de la discriminación y de otros furores y doctrinas que tras discursos de burla y odio generaron acciones violentas y por lo mismo chistes que perdieron la gracia o nunca la tuvieron, encontré los eufemismos que son otra forma de hacer humor, contra la que pocos se rebelan por considerarse apropiado el uso que niega la realidad o la enmascara.

Con El Salvaje ofendido por llamarle Salvaje, para el perdón nos quedamos a mitad de calle observando los andenes opuestos, sin otro remedio que reírnos de nosotros mismos, atrapados por profesión en el uso de eufemismos diplomáticos y encantados, en privado, con los disfemismos del coloquio entre amigos.

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