Un hombre al volante de un carro particular, burló un control de tránsito en Bucaramanga y, como si esto fuera poco, arrolló...
Palabras inútiles
Una vez inventaron en este país de desmemoriados, que el expresidente López Michelsen, cuando hablaba, ponía a pensar al país. No se sabe muy bien qué pensaba ese país de fábula. Ahora podemos inventar —no un mito—, pero sí que cuando el presidente Petro habla, pone a hervir el país. Y en eso estamos, no solo por el alcance de sus muchas reformas, sino por la manera en que piensa que deben ser aprobadas. Creo que estamos en modo —como dicen ahora— de “populismo verbal”, demasiado peligroso en un país con la historia de violencia que nos apabulla hace 200 años. Es peligroso cargar una bandera populista porque en menos de lo que parpadea una gallina, nos la cambian por un fusil. Demasiado temprano para que surja el desencanto si no abandona el presidente ese talante de “El pueblo soy yo”. Ya lo decía Hugo Chávez, y produce escalofrió: “Yo no soy Chávez, soy un pueblo”. Lo recuerdo ahora que releo mis subrayados del libro de Enrique Krauze, en donde repasa y analiza los populismos más notables de América Latina. Pasa por sobre nosotros una sombra de embrujo populista, que por ahora muestra sus dientes en la amenaza de la supuesta democracia callejera, en la intemperancia del discurso presidencial caudillista desde un balcón de la Casa de Nariño. El presidente tiene todo el derecho de defender su programa, ante una prensa, que critica el discurso, pero olvida porqué hemos llegado hasta dónde hemos llegado.
Casi hemos divinizado la libertad de expresión, y sirve ante todo para amparar un periodismo que incluso habla de lo que no sabe, de no tener una idea clara —o ninguna— y sin embargo pontificar sobre cualquier tema. Es lo que está pasando con muchos medios, que sin crítica seria la han emprendido contra cualquier asomo de cambio y transformación. No la tiene fácil el presidente Petro, que parece moverse dentro de un dilema: convertirse en populista, o en el gran estadista que vence las dificultades y logra importantes reformas sin desvirtuar la democracia, y llegar a un catastrófico Estado iliberal.
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