martes 27 de junio de 2023 - 12:00 AM

Ernesto Rueda Suárez

Palabras inútiles

Es difícil no encontrarse con la expresión “inteligencia artificial generativa” a cada paso; quien no ande en esa onda está “out”; sobre todo los mercaderes de todo tipo. Todo tiene IA. Hay que tomárselo muy en serio, porque es el conocimiento más peligroso inventado por la especie humana, y a estas alturas, sabemos cuándo empezó todo, pero no cómo va a terminar. La IA no produce nada que ya no haya sido producido por el pensamiento humano, y los algoritmos no hacen sino tomarlo prestado. Y no tiene nada de caritativo o humanitario. Para Nomi Klein —la gran investigadora canadiense, que alcanzó la fama con su libro “La doctrina del shock; el auge del capitalismo del desastre” —, no tiene reparos en llamar a la IA el “gran robo”, ... “¿o alguien pidió permiso para vampirizar todo conocimiento generado por los humanos?” Y los graves daños por sus equivocaciones, no pueden ser sino achacables a los dueños o ejecutivos de esas tecnologías y no a los pobres robots. ¿Van a pagarlo?

A esas equivocaciones y daños, Klein los llama “alucinaciones”. Decir, por ejemplo, que la IA acabará con la pobreza, curará todas las enfermedades, solucionará el cambio climático, el trabajo tendrá más sentido y ociosa vida creativa —podremos casi ni trabajar y dedicarnos al arte y a la contemplación, al derecho a la pereza, como quería Paul Lafarge, el yerno de Marx—, recuperar la esencia humana perdida, acabar la soledad, tener platónicas repúblicas, sensatas y racionales. El único problema es que se necesitaría otro mundo, otro modelo económico, social y cultural; es decir, nada que ver con nuestro mundo actual, basado en la extracción de riqueza y la obtención de beneficios, que aumentan más que el crecimiento económico, es decir más expolio y desposesión, como bien ha demostrado Thomas Piketty en su libro “Capital e ideología”, en años en que la IA todavía no estaba en el horizonte de la humanidad.

La IA llegó para quedarse y maravillar a todo el mundo, a tal velocidad, que los aparatos legales, van años luz rezagados para regularla. Los propios creadores de la IA están aterrorizados, y los nuevos Frankenstein no saben qué hacer.

eruedas41@gmail.com

Este artículo obedece a la opinión del columnista. Vanguardia no responde por los puntos de vista que allí se expresen.
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