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opinion/columnistas/ernesto rueda-suarez
Lunes 20 de septiembre de 2021 - 12:00 PM

Palabras inútiles

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La Iglesia católica colombiana ha comprendido bien -a partir de la Violencia de los años 50 del siglo pasado-, que es nefasto hacer política partidista desde el púlpito, lo que no quiere decir ser neutral. El cristianismo siempre ha sido político desde sus orígenes, con la formulación de los discursos sobre la riqueza y la pobreza, tan poderosos, que están en el trasfondo de las modernas teorías económicas de los últimos tres siglos, incluido el marxismo. La gran controversia de Pelagio y Agustín tiene hoy toda la fuerza y la vigencia decisiva que tuvo en el siglo IV, en plena gran crisis y derrumbe definitivo del Imperio romano tardío, que tuvo como telón de fondo la transferencia segura y masiva de megafortunas paganas y cristianas de la Tierra al Cielo, con la mediación financiera de los obispos y el clero. Fascinante y maravillosa historia narrada con la maestría literaria de siempre, en el último libro de Peter Brown (2016, 1221 págs.) “Por el ojo de una aguja; La riqueza, la caída de Roma y la construcción del cristianismo en Occidente. (350 -550 d.C.)”, que reseñaré en otra
columna.

No estamos en guerras fundamentalistas ni integristas en Colombia, pese a su consagración a varias divinidades, a las que se recurre en la misma medida de la mediocridad, ineptitud e ineficacia de los gobiernos de turno para resolver los problemas esenciales del país. Divinidades invocadas tanto por el Bien como por el Mal, sin matices de ninguna clase. Nuestra república se ha definido desde 1991 como Estado laico, en donde se respetan todas las creencias religiosas -entre otras- sin distinciones, y además que es en Estado Social de Derecho, por encima de los textos sagrados que dan soporte espiritual a cualquier postura religiosa. Todo muy moderno y civilizado, pero los fundamentalismos resoplan amenazantes, ahora que se aproxima la campaña presidencial. A veces pareciera que no vamos a elegir un presidente de una república laica sino a un emir, un ayatola, un pastor o un arzobispo, y se manda a alinear las huestes irracionales.

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