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Palabras inútiles
La muerte de Benedicto XVI revive con fuerza los talones de Aquiles que aquejan a la Iglesia católica desde hace siglos, y producto de ellos es, por ejemplo, la rebelión protestante de Martín Lutero, que cambió para siempre la consciencia religiosa occidental. El papa Benedicto dijo que se sintió abrumado y sobrepasado en sus fuerzas físicas, y sobre todo
intelectuales —nos dicen ahora que era una de las mentes más preclaras del siglo XX— para afrontar y tratar de solucionar los megaproblemas de corrupción, en las finanzas del Vaticano y el de la pederastia; que en los últimos años ha presentado su cara más trágica y descarnada. Pero hay mucho más que eso, como bien documenta Frédeéric Martel en su enorme investigación “Sodoma; poder y escándalo en el Vaticano”, investigación que abarca tan solo los papados de Juan Pablo II, Benedicto XVI, y los primeros años de Francisco. El objetivo principal de Martel es mostrar la anatomía de la corrupción y la vida oculta y disoluta de altos cargos en el Vaticano; pero no lo hace como si fueran “manzanas podridas” —argumento falaz muy usado por otras instituciones estatales de muchos países—, sino como una radiografía de un sistema total que afecta a toda la Iglesia, y no solo a los grandes centros de poder como el Vaticano. Mardel quiere entender su secreto y su modo de vida colectivo; “la doble vida homosexual y, a la vez, la homofobia más ostentosa.”
El papa Francisco ha afrontado con valentía y tenacidad una acción sostenida, contra viento y marea, para dar un viraje radical a la situación. Tal vez tenga que ser una acción tan audaz como la de Lutero, hace ya más de 500 años. Sus contradictores y enemigos —en la propia Curia— son poderosísimos; y por eso el mismo día de su elección pidió a los católicos del mundo que rezaran por él, algunos dicen que en alusión al fugaz al papa Juan Pablo I. Y en verdad, no solo los católicos sino hasta los ateos debemos rezar por Francisco y sus intenciones reformadoras y sanadoras, por el bien de la humanidad.