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Ernesto Rueda Suárez
Lunes 10 de agosto de 2020 - 12:00 PM

Palabras inútiles

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Los fallos y decisiones judiciales no son para compartirlos o no sino para obedecerlos, como expresión de la obediencia legítima racional, tal como lo definió hace más de cien años Max Weber. Por las reacciones observadas es claro el daño y deterioro que el uribismo y su exmesías han causado en la conciencia democrática de la ciudadanía. Apelar como respuesta visceral a una Constituyente para arreglar de una vez por todas la “Justicia” colombiana, es decir, entronizar la inmortalidad y la omnipotencia divina del senador Uribe, como ya propone uno de sus adoradores más conspicuos. La apelación al Estado de opinión -que es la sumatoria de todas las ignorancias: invencible, supina, crasa- no es asunto nuevo en quienes aspiran a regímenes autoritarios, los que pretenden un país portátil, un país de bolsillo, con una justicia populachera, de plaza pública; y pese a que tienen a su favor la ignorancia, el país no puede retroceder a las épocas más bárbaras, que tanta dificultad, sangre y lágrimas ha costado ir abandonando.

No creo que sea tan fácil desmontar lo que queda de democracia en Colombia, por las nuevas mentalidades que se han ido forjando para no regresar nunca más a atroces formas de violencia. La senadora Valencia debe serenarse porque la época de encomenderos y esclavistas está superada desde el siglo XIX. Debemos mirar de nuevo a España, en donde el Rey Emérito ha entrado en la clandestinidad, no tanto para huir de la justicia, como para no perturbar la estabilidad y los pactos constitucionales, de los que el presidente Sánchez hace una férrea defensa. No se dedicó a salvaguardar a la persona del Emérito, sino al poder soberano de la justicia y del Estado de Derecho. España le debe a Juan Carlos I haber hecho posible -ni más ni menos- la transición a la democracia, superando la cruenta Guerra Civil y 40 años de feroz dictadura; pero a nadie se le ocurre -ni a VOX- que sea inmortal, y que, como todos, tengamos nuestro “memento mori” que a veces olvidan los gobernantes.

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