No podemos confiarnos y olvidar que el descuido de nuestras obras de infraestructura, en cualquier momento pueden desencadenar consecuencias catastróficas, pues son elementos fundamentales de la vida urbana que pueden o no estar en riesgo.
La capacidad de crítica, pero sobre todo de autocrítica de buena parte de la denominada izquierda en Colombia y de América Latina, llega casi a la nulidad. Que les parezca que regímenes como el de Venezuela, Nicaragua y Cuba, son de izquierda, y con un cartabón maniqueo se considere que todo está bien, es una postura mandada a recoger hace décadas, Y los más grave, que se consideren satélites de Moscú o Beijín y vean como patriarcas de la izquierda y la revolución a Putin o a Xi, es no entender nada y nadar en un piélago de alienación. Putin -que no se cree fascista- apoya y financia a la más dura ultraderecha del mundo, como estrategia para desequilibrar las coordenadas del poder mundial a su favor. Lo vemos apoyando a regímenes como el de Hungría, Polonia e Italia y a la ultraderecha estadounidense, que hasta puso como presidente a Trump, y lo intentará de nuevo si la justicia no lo detiene y lo inhabilita.
Mitificar la Revolución cubana, con devoción casi religiosa, causó graves daños a la política reformadora -y hasta revolucionaria- de América Latina, y en varios casos hasta triunfó la revolución, pero no los revolucionarios que siguieron un camino trágico ya inaugurado por Trotski, que bien acuñó el concepto de “revolución traicionada”. Los ideales democráticos y los Derechos Humanos han pasado a un segundo plano o desconocido por completo, y remplazados casi siempre por el discurso imeriofóbico como paraguas para ocultar el fracaso, la corrupción o las posturas hegemónicas del partido único. Sin embargo, las cosas pueden cambiar, al tenor de la postura asumida por el presidente Boric de Chile, que ojalá asuma también Petro aquí en Colombia y adopten una visión crítica de la política contemporánea, incluso una “realpolitik” en la región y con el resto del mundo. Requiere mucho trabajo diplomático, con ministerios de Relaciones Exteriores basados en la carrera, el conocimiento y capacidad de negociación y entendimiento de la política internacional; que no sean simples aparatos burocráticos para pagar -y bien caro- favores políticos, a veces desvergonzados.
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