sábado 31 de diciembre de 2022 - 12:00 AM

Alma mía

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Columna de
Felipe Zarruk

Hace dos meses, un viernes de octubre para más señas, llegó a nuestra bella emisora La Cultural 100.7 F.M., un muchacho alto, de barba y con una guitarra al hombro. Vestía jean y una camiseta de algodón. Tan pronto mi amiga Ruth Gélvez me lo presentó, intuí que venía como invitado de nuestro programa Luces de la ciudad, el cual se emite de lunes a viernes en el horario de cuatro a seis de la tarde.

Este muchacho se presentó como Sergio Amaro, así nada más. Cuando entramos en confianza, le pregunté si Amaro era su apellido. Él, ni corto ni perezoso soltó su historia y narró que su padre era hincha del Deportivo Cali y que cuando Sergio nació le puso como segundo nombre, el segundo nombre de un goleador uruguayo que tuvo el cuadro ‘azucarero’ en los primeros años de la década del 80. Ese delantero se llama Carlos Amaro Nadal y se cansó de hacer goles en Colombia con la blusa verdiblanca.

Nuestra charla continuó y cuando me dijo quién era su padre, ya todo cambió. Era nadie más y nadie menos que un gran motociclista de nuestro departamento en las décadas del 70 y el 80, cuyo nombre era Sergio Eduardo Rueda González, a quien todo el mundo de los motores conocía como ‘Meño’ Rueda. Sergio Amaro explicó que su padre lo llevaba a los estadios a ver al Cali y una vez lo llevó al Campín en Bogotá, algo que ese niño nunca olvidó.

Como era de esperar, la charla empezó con tonos futbolísticos y ese no era el verdadero motivo de la entrevista. Sergio Amaro estaba allí para hablar de sus trabajos musicales, porque si algo tiene la emisora La Cultural, enclavada en el Instituto Municipal de Cultura y Turismo de Bucaramanga, es darle cabida y abrir puertas y micrófonos a miles de artistas, pintores, poetas, escritores, productores de cine, cantantes, actores de teatro, titiriteros y emprendedores o gestores culturales que abundan en el municipio de Bucaramanga y en el departamento de Santander, sea cual fuere su procedencia o nacionalidad.

Sergio nos narró su vida durante los últimos cinco años y confesó que trabajó en la Comisión de la Verdad, teniendo como base la ciudad de Villavicencio, pero debía moverse por todo el departamento del Meta y desplazarse también por el Caquetá, Putumayo, Vichada, Guaviare, Vaupés y Guainía. En aquellos trayectos y largos recorridos, conoció gente que tenía dramas peores que el suyo. Desde que tenía 11 años, Sergio Amaro tuvo que soportar el secuestro y desaparición de su padre, al tiempo que se convirtió en el hombre de la casa, en el soporte emocional de su mamá y en el ‘padre’ de su hermana, quien tenía 3 meses de nacida cuando se llevaron a ‘Meño’ para siempre.

Se valió de la música para encontrar sus motivos para perdonar, si es que tenía que perdonar algo. Nos dimos cuenta que nunca creció con resentimientos, aunque el crecer sin padre marcó su vida, jamás jugó en la cancha de la vida como víctima ni se mostró como tal. Se comportó como un delantero centro de esos guapos, aguantando la marcación ruda y los golpes de los defensores rivales. Se cayó en el área de los dolores y los moretones y se levantó sin protestar, sin llorar ante el público. Lloraba solo, en el fondo del vestuario, cuando se quitaba las canilleras que le protegían el alma para no contaminarse de odio y rencor. Sus tobillos inflamados resistieron infiltraciones y sus guayos, fueron claves para salir de los campos minados por espíritus malignos que tal vez le querían envenenar el alma.

No necesitó tomar yagé para limpiarse ni curarse. Su bebida fue la música, la que sumada a miles de testimonios recogidos, le entregaron a su alma de chamán, pócimas de sabiduría para seguir caminando de manera tranquila por la vida, tal y como lo quería su padre, su madre y sus ancestros.

Después de contar historias por más de una hora, aquél viernes gris y apacible tuvo un momento iluminado. Sergio desenfundó su guitarra y nos dijo a Ruth, a Oscar López y a mí, que iba a cantar una canción que le había dedicado a su padre, a ‘Meño’ de quien no sabemos nada hace más de 30 años. Solo alcanzó a decir que la canción que iba a interpretar se llamaba ‘Alma Mía’. Tan pronto empezó a acariciar las cuerdas de la guitarra y empezó a cantar, esa hermosa cabina se cargó de un sentimiento especial, la mecha de la nostalgia se encendió y de su garganta salían chispas que más parecían luciérnagas enamoradas. No pude hacer otra cosa que mirarlo cantar, admirar la silueta y el color de su aura y explotar en llanto. Fue inevitable, las lágrimas salieron solas, sin pedir permiso, no había compuertas para cerrar el grifo emocional en ese momento tan sencillo, pero tan sublime.

Era el amor de Sergio Amaro, un muchacho que remató un balón en el área grande e infló la red de nuestros corazones. Él, como muchos, como miles, asoman buscando apoyo para mostrar su talento y siempre obtienen el respaldo de una institución como el IMCT, el cual respira cultura las 24 horas del día gracias a la acertada dirección del ingeniero Luis Carlos Silva y con el respaldo en su gestión de Oscar Morales y un grupo espectacular en materia administrativa y de comunicaciones, como el que vibra todos los días del año en medio de la silente pero dinámica biblioteca Gabriel Turbay. La cultura ha sido una puesta en escena con todas las de la ley del gobierno encabezado por Juan Carlos Cárdenas. La cultura en nuestra ciudad está más viva que nunca, con músicos como Sergio Amaro. Está viva como el ‘Alma Mía’. Feliz año. Un abrazo y hasta la próxima.

Autor
Este artículo obedece a la opinión del columnista. Vanguardia Liberal no responde por los puntos de vista que allí se expresen.
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