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Felipe Zarruk
Sábado 30 de enero de 2021 - 12:00 PM

El fantasma de la 200

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Corría el año 1990 y el Atlético Bucaramanga disputaba las semifinales de la Copa Mustang en un grupo bravísimo ante el Cali, el América y el Quindío.

El onceno dirigido por Humberto “Tucho” Ortíz había sido el tercero del torneo finalización y llegó a los cuadrangulares con una bonificación de 0.50.

El sábado 17 de noviembre el equipo entrenó muy temprano y se fue a su lugar de concentración llamado CORVEICA, ubicado en el perímetro de Floridablanca, en la misma vía en la cual está ubicado el Colegio Reina de la Paz.

Por aquellos años, no existían urbanizaciones, estaciones de servicio, mucho menos los condominios y locales comerciales que abundan hoy en día en una vía conocida como la calle 200. Era un sitio deshabitado, con fincas que bordeaban el terreno, la vía para llegar allí estaba sin pavimentar y tan solo existía una tienda bastante rústica, dedicada a la venta de víveres y abarrotes, para los pocos pobladores de la zona. Esa tarde, lluviosa por demás, alisté mi maleta para ir al sitio de concentración, atendiendo órdenes del director de deportes de Caracol, el narrador Juan Manuel González, quien junto a Fernando Pabón me habían dicho meses atrás: “¡Pipe, usted va a vivir con ese equipo de aquí en adelante, no se le puede despegar, tenemos que estar al pie del cañón, pilas!”. Aníbal, el conductor del jeep de Caracol, me pasó a buscar como a las 5 de la tarde y me dejó en la puerta de CORVEICA. Casi no llegamos, por culpa del barrial que se había formado con tremendo aguacero. Luego de la cena, los jugadores se fueron a dormir con la atenta vigilancia de Germán Cristancho y yo me quedé con el “Tucho” hablando de una cosa y otra. De pronto el viejo lobo de mar me dijo: “¡Estoy nervioso hermano, tengo ganas de tomarme un aguardiente, andá a comprarlo y de paso me traes un paquetico de Marlboro!”. Con la plata en la mano, salí a buscar el encargo y le dije al vigilante que alumbrara el camino porque la oscuridad imperaba en ese boscoso sector. Debía recorrer más o menos 200 metros. Cuando regresaba con el pedido del estratega antioqueño, sentí en mi oído derecho un par de silbidos que venían del oscuro monte. Pensé por un segundo que eran los jugadores comandados por Ricardo García, quienes me estaban gastando una broma. Al volver a escuchar ese escalofriante sonido y no ver a nadie, arranqué a correr, caí de bruces en un barrizal sin soltar el aguardiente, ¡claro está!, y llegué como alma que llevaba el viento hasta casi tumbar las rejas del sitio donde dormitaba el equipo. El Tucho al verme así me dijo: “¿Qué te pasó huevón?”. Le conté que me habían asustado y de una respondió entre risas y el encender de un cigarrillo: “¡Más susto me da el partido de mañana contra el Cali y los árbitros hermano!”. Después de acabar con la botella de Superior, me fui a dormir, pero esa madrugada no pegué los ojos. El equipo le ganó al Cali ese domingo 2 a 1 y yo jamás me volví a quedar en ese lugar.

Hace 3 días recordé esa historia con “Tucho” Ortiz y sus carcajadas sacudieron las montañas que bordean la capital de la eterna primavera donde actualmente vive.

Vaya el abrazo de esta noble hinchada, para un hombre que puso a soñar a toda una ciudad, con un fabuloso equipo que quedará grabado en nuestra memoria para siempre.

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