domingo 13 de agosto de 2023 - 12:00 AM

Felipe Zarruk

La mirada de Pambelé, el llanto de todos

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Columna de
Felipe Zarruk

Voy a contar una historia de un héroe que tengo, todos vivimos la euforia y aún queda el recuerdo, lo conocí por la tele muy de madrugada, y la inocencia de un niño que tira trompadas. La gente le llama Pambe y él era alegría, y la esperanza de un pueblo que nada tenía”. (Carlos Vives)

Aquella tarde del sábado 2 de agosto de 1980, fue para mí un día bastante extraño. Primero porque Antonio Cervantes más conocido como Kid Pambelé peleaba y mi papá no estaba a mi lado. Era sábado de golf con sus amigos y me quedé solo en la casa para ver la pelea. Yo nunca había visto o escuchado una pelea de Antonio sin mi papá. Mi superhéroe me abrazaba cuando yo veía a Pambelé contra las cuerdas, me decía “tranquilo hijo que ahorita Pambelé lo noquea”. La espalda de papá me servía de escondite para no mirar las peleas.

En medio de mi soledad encendí el televisor y las imágenes mostraban a un público bastante hostil contra el campeón colombiano que iba a defender su fajín de las 140 libras. ¡Claro! Antonio iba a pelear con Aaron Pryor, el crédito de Cincinnati en los Estados Unidos y ni modo que lo aplaudieran cuando subió al ring. La mirada de Antonio no tenía fuego, era la mirada nerviosa de un hombre que sabía que no se había preparado bien. El árbitro Larry Rozadilla dio las instrucciones y arrancó la pelea.

Pryor saltó del árbol y se fue a cazar a su presa. Antonio se defendió como pudo y de pronto sacó una derecha que tumbó al impetuoso boxeador norteamericano. Salté del sofá y pensé: “Esto va a ser rápido”. La derecha de Antonio no había hecho daño, al contrario, enfureció al retador y Pambelé terminó perdiendo la distancia, fallando sus golpes y muy confundido se fue a la esquina. Lo que el miedo mío sospechaba se cumplió. Los siguientes rounds, me refiero al segundo y al tercero, fueron una sopa de golpes contra la humanidad del palenquero de hierro, de aquel hombre que antes de ser boxeador vendía tintos y cigarrillos en los bares de mala muerte en Cartagena.

Pryor cortó a Pambelé en su ceja derecha, era una herida profunda, la sangre le molestaba, Antonio tenía una cortadura más grande en su corazón. ‘Tabaquito’ Sáenz intentó cerrarla, era imposible. Intentaron parar la pelea, yo alisté una toalla, no sabía si tirarla al ring o secarle la herida a Antonio. Cuarenta y tres años después confieso que lo que salió para enfrentar a Aron Pryor en el cuarto asalto no era Antonio, era un zombie. Sabía que el final estaba cerca.

En estos días Fabito Poveda, hijo de Fabio Poveda, me envió una crónica de su bello padre, describiendo ese cuarto round en Cincinnati, cuando Antonio cayó a la lona ante los golpes demoledores de Pryor. El maestro Fabio quien transmitía la pelea estaba detrás de la esquina de Antonio, vio su mirada lastimera y perdida. Narró que Ramiro Machado y ‘Tabaquito’ Sáenz sabían que era el final.

En ese escrito están plasmados los diez segundos más terribles de nuestras vidas, de la vida de Antonio, del ídolo, del más grande de todos los tiempos. Cuando todo terminó, Fabio soltó el micrófono y subió al ring para abrazarlo, para besarlo, para darle las gracias por todo. El texto me hizo llorar, volví a sentir el dolor de aquella tarde, también quise subir al ring con Fabio, para abrazarlo y decirle al oído que es mi ídolo, mi héroe, al cual voy a ver muy pronto. Hasta la próxima.

Este artículo obedece a la opinión del columnista. Vanguardia no responde por los puntos de vista que allí se expresen.
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