Para variedades, los incendios y la corrupción. Incendios los hay rastreros y de copa, pero el más temible y destructor es una tercera variedad subterránea, por lo letal, invisible y silenciosa.
Tras iniciarse en la superficie, se propaga de manera imperceptible sin llamas y poco humo, quemando las raíces y la materia orgánica, aprovechando hasta los afloramientos rocosos en donde se encuentra el mantillo.
De la misma manera, en asuntos de administración pública y corrupción, resulta que la más letal es la imperceptible. Aquella que, pese al esfuerzo legislativo para controlarla, con artimañas y maniobras de poco humo y sin llamas, logra su objetivo principal.
Esta corrupción subterránea gana el favor de las mayorías de opinión y opaca a la oposición con argumentos recurrentes inmutables que son irrebatibles, pero que no contestan la crítica ni solucionan la problemática a la que se opone la minoría.
Esta corrupción no roba, no abusa del derecho, satisface los deseos inmediatos de sus fanáticos y adeptos o lo que es lo mismo, mantiene el paisaje incólume, no levanta humo ni deja ver llamas, pero prepara escenarios para que en el futuro, una vez prescrita la acción penal, disciplinaria y fiscal, de manera aparentemente casual, las condiciones para cosechar el producto de las maniobras fraudulentas estén dadas.
Frente a esta corrupción no es efectiva la denuncia, pues quien la presente, además de desacreditarse, pasará por pastor mentiroso frente a todos en favor del lobo con piel de oveja. En estas épocas es conveniente repasar las enseñanzas de Esopo en sus fábulas y descubrir, de una parte, la importancia de la honestidad y lealtad, y de otra las nuevas formas de corrupción que favorecen a terceros dejando la culpa para los chivos expiatorios sacrificados en el camino tortuoso del poder al servicio de la corrupción, que son de los que la prensa hablará.
