Cada día que pasa vemos más sombrío el panorama político del país. Pensábamos que con la elección de un Presidente moderado, con intenciones conciliadoras y deseos de disminuir la polarización, íbamos a tener un período presidencial más tranquilo, de convergencia, donde primaría el debate de las ideas, el respeto mutuo y el interés nacional. Sin embargo, hoy vemos con inmensa preocupación cómo se acrecientan los enfrentamientos entre las diferentes tendencias políticas y se recurre a la oposición irracional, la crítica destructiva, la ofensa personal, el discurso incendiario y la desobediencia civil, como medios para hacer protagonismo, sembrar desconfianza, desinformar a los incautos, debilitar la institucionalidad y sembrar el caos.
Han sido evidentes en los movimientos civiles de los últimos meses, como las marchas estudiantiles, la minga indígena y el pasado paro nacional, el interés político en los mismos y la intromisión de vándalos en las protestas, lo cual demerita la razón de ser de este tipo de manifestaciones y deja la sensación de ser utilizadas para fines diferentes al objetivo que las justifica.
Ojalá me equivoque, pero estos acontecimientos me hacen recordar la filosofía y la política de los anarquistas, quienes pregonan desde la época medioeval el desconocimiento de la autoridad y la normatividad en la sociedad, la ausencia de las instituciones y la existencia de una libertad absoluta. Estas ideas fueron tomadas como estrategia por algunos procesos revolucionarios en diferentes países para generar el desorden, pescar en río revuelto y alcanzar el poder. La experiencia ha sido funesta, solo dejaron zozobra, pobreza, acrecentamiento de los radicalismos, represión y hasta dictaduras, con los desastres propios de estos regímenes.
No podemos caer en este juego perverso, debemos entender que requerimos ajustes en el enfoque político y económico del país y que ellos pueden darse por las vías legales, racionales y democráticas mediante procesos de concertación y sin necesidad de destruir la institucionalidad y el país.
No incrementemos los odios, lo importante no debe ser el poder, sino los cambios que conduzcan a un mayor bienestar para todos.