Medellín y Cali ciudades ejemplares

Las capitales de los departamentos de Antioquia y Valle del Cauca vienen rivalizando en sana emulación durante la segunda mitad del desaparecido siglo XX y de lo que va recorrido del tercer milenio.
Hasta hace doce años, también Bogotá competía con ellas en progreso, civismo, pujanza, desarrollo vial y recuperación del espacio público, a la par con escolaridad incluidos restaurantes para los escolares y el sentido de pertenencia como resultado.
Hay que explorar en la etiología de los porqué se llega a la conclusión de que ha sido la calidad de los gobernantes la razón primera de los avances y logros alcanzados. En este aspecto Medellín marcha a la cabeza.
Los medellinenses han sido exitosos en la selección de sus alcaldes. No se han dejado seducir por el promeserismo electorero. Han buscado dirigentes reconocidos por sus ejecutorias tanto en el sector público como en el de la empresa privada por encima del populismo ducho en el manejo de agrupaciones humanas ansiosas de cambio, mejoramiento palpable de sus entornos y por ende fáciles de seducir con ofertas sin base en la posibilidad de cumplir.
Los caleños, después de alguna triste experiencia, supieron prescindir de promeseros y gamonales para realizar una selección sensata, a lo cual llegaron después de algunos tropezones.
Bogotá después de tres acaldes excelentes constituyó un modelo de ciudad en el manejo de sus finanzas, la didáctica de su gente y el progreso armónico con una alta sensibilidad social.
Pero como si se hubiera arrepentido de los aciertos, cayó en otra tripleta populista con la cual fue perdiendo el ritmo alcanzado con la anterior, en un descenso progresivo que cierra el primer año de gobierno en medio de una ‘petrificación’ deplorable.