Nuestros deportistas merecen un aplauso cerrado por su presentación en los Juegos Nacionales y todos los torneos a los que asisten, porque logran vencer a sus rivales en las pistas de competición, y también la irresponsabilidad e incompetencia de nuestra dirigencia.
Corren tiempos de autodestrucción masiva, pues destruir la naturaleza es destruirnos. Como reacción tendríamos que proteger cada reducto de vida salvaje que queda. Y empezar a mirarnos, no como supuesto tercer mundo a desarrollar, sino como país especialmente rico en naturaleza, de exuberancia tropical. Y rico en personas que están arraigadas a la tierra con un tipo de conocimiento distinto al agroindustrial, que la cuida hasta con su vida. Pero no, mas bien nos quedamos admirados ante el gigantismo de megaproyectos, ilusionados con que ahora sí, ya casi, seremos como los países desarrollados.
Reproduzco aquí unas palabras de José María Samper, escritor y político liberal, una voz del imaginario de su tiempo, describiendo una escena en el río Magdalena (1868). Escuchemos de dónde venimos para entender lo que somos:
Allá (en la balsa) el hombre primitivo, brutal, indolente, semisalvaje... es decir, el boga colombiano con toda su insolencia (...), su cobarde petulancia, su indolencia increíble (...); y más acá (en el buque de vapor) el europeo, activo, inteligente, blanco y elegante, muchas veces rubio, con su mirada penetrante y poética...
Somos los herederos de una sociedad de castas en la que los criollos creían tener la tarea de imponer la civilización a la otra parte de la población. Y así, ¿qué posibilidad hay de que se escuche a esa otra parte? Nuestro modo de entender el progreso deja poco espacio para valores democráticos.
Hoy, los movimientos sociales y ambientales en defensa del territorio se ven como enemigos del progreso, incluso se criminalizan. Nunca se consideran interlocutores. En Hidroituango se han atropellado las justas protestas de los afectados y ninguneado la escandalosa serie de perjuicios sufridos. Muchas veces fue el Esmad, con violencia, el que representó al Estado.
La arrogancia histórica, además, se enreda con la codicia, bendecida por nuestro actual sistema económico. Se enreda también con abismos tenebrosos: los cientos de fosas comunes sepultadas bajo la represa. "Inundaron la memoria", en palabras de habitantes de la zona.