Nuestros deportistas merecen un aplauso cerrado por su presentación en los Juegos Nacionales y todos los torneos a los que asisten, porque logran vencer a sus rivales en las pistas de competición, y también la irresponsabilidad e incompetencia de nuestra dirigencia.
Gisela Ruiseco Galvis
Indígenas y desarrollo
Haber recogido derechos culturales en nuestra Constitución es una razón para estar orgullosos de Colombia: son derechos de vanguardia que trascienden las ideologías del siglo XX, capitalistas o comunistas. Es lamentable que no interioricemos que lo que se pone en el papel es para cumplirlo.
Hoy la prioridad de la humanidad debe ser revertir la extinción masiva, parar el calentamiento global, etc. En una columna anterior comentaba que las áreas que sobreviven a la tala ilegal en el Amazonas coinciden con los resguardos indígenas, pues allí se protege lo que la codicia propia de nuestra cultura no respeta. Algo parecido sucede en territorio colombiano: se les echó en cara a los indígenas de la minga las tantas hectáreas que tienen, pero el vocero Giovani Yule explicó que el 70% de sus tierras en el Cauca son zonas protegidas, fuentes hídricas, tierras sagradas.
A los indígenas, no al Gobierno, les podemos agradecer que tengan las prioridades claras, las mismas que las Naciones Unidas están tratando de introducir con la “Declaración sobre Derechos Campesinos” (que se ningunean en nuestro país), o las que se han tratado de establecer desde el proceso de paz.
Desde todos estos puntos de vista las demandas de la minga son justas y de actualidad histórica. Lamentablemente, este Gobierno –aunque también los anteriores, con incumplimientos desvergonzados– dejó que la situación llegara a extremos.
Las demandas indígenas pueden ir contra lo que entendemos por “desarrollo” (en temas como el “fracking” o en su concepción de la función de las tierras) y, en consecuencia, parecer sacrílegas, pues para nuestra identidad de país subdesarrollado, “desarrollarse” es mandato cultural.
El problema, o uno de ellos, es que el desarrollismo, al final, es un empeño irracional, pues a todas luces el modelo de vida occidental no se puede extender a todo el planeta (ver autores como Serge Latouche).
Por nuestro futuro, y ante un “desarrollo” voraz y caduco, ¡agradezcamos a los indígenas que sigan luchando!