Desde hace muchos años se han hecho esfuerzos, aunque poco exitosos, de recuperar el inmenso potencial del río Magdalena, tanto para la seguridad nacional, como para el transporte de pasajeros, el turismo o la exportación e importación de toda clase de productos.
Es conocida la visión de Benedict Anderson de la nación como una “comunidad imaginaria”: sus miembros nunca conocen a todos sus connacionales, ni siquiera oirán alguna vez de ellos. Y, sin embargo, en sus mentes vive la imagen de su comunión.
El nacionalismo se construye sobre ese “nosotros” imaginado. Líderes astutos pueden inundar fácilmente nuestro corazón de nacionalismo cuando invocan una unidad en torno de un nosotros ofendido por un otro. Y no hay nada mejor que declarar una guerra para enfilarlos tras de un líder, o para hacer líderes donde no los hay (veo a Duque sobre un brioso corcel, como salió estos días en una ilustración). Y el nacionalismo, con su vocabulario aglutinante, pomposo, no nos deja pensar sobriamente.
Hoy Colombia está nuevamente en pie de guerra. Algunos acaso sentirán alivio: es más difícil lidiar con la paz que con la guerra. En el postconflicto hay que enfrentarse a verdades incómodas, a lo inaudito en el propio seno. En la guerra, la “verdad” es fácil, como la de una película del oeste.
Volviendo a Anderson, el “nosotros” colombiano más bien parece una triste colcha de retazos cosida a medias que una comunión. Las trágicas muertes del atentado de Bogotá levantan justamente horror nacional, pero pareciera que las muertes de líderes sociales se descosen del nosotros, pues no causan discursos presidenciales ni patriotismos agitados. Pareciera que ver la foto de la líder Maritza Ramírez Chaverra no doliera tanto como ver la del cadete Andrés Felipe Carvajal, por mencionar dos nombres de tantos.
Justamente es desde las soledades colombianas que se clama por continuar los diálogos con el ELN, pues serán el Catatumbo o el Chocó o Arauca los que verán la guerra y el funesto renacer de la mano dura. Grave también, verán aún más enfriamiento del apoyo a los que trabajan por la paz. Los muertos serán muchos más que los del atentado de Bogotá, pero estarán lejos de los que toman decisiones.