Actuar con mesura no significa, necesariamente, que el ritmo sea lento o que el tiempo empiece a malgastarse, por el contrario, es avanzar a paso seguro pero corrigiendo los errores que hasta hoy se han cometido.
Gisela Ruiseco Galvis
Sobre el imperativo del crecimiento económico
Si hurgamos en la historia, nos daremos cuenta de que el imperativo del crecimiento económico, que hoy parece sentido común, es de reciente aparición. Ideólogos fundadores del capitalismo como Adam Smith o David Ricardo consideraban que llegaría un momento en el que los diferentes sectores de la economía alcanzarían un equilibrio. Ricardo, por ejemplo, veía un límite en el aumento posible de la producción agrícola, dada la finitud en la disponibilidad de tierras. En un momento de la historia, sin embargo, perdimos de vista nuestra dependencia, abstrajimos a “la economía” de su fundamento material: el planeta y la vida. Con consecuencias nefastas.
Es fascinante rastrear cómo se instauró la idea del crecimiento económico en nuestra normalidad. El historiador económico M. Schmelzer, por ejemplo, nos cuenta cómo, en momentos álgidos de la guerra fría a finales de los años 40, líderes occidentales temían que la economía del bloque soviético --con sus ambiciosos planes quinquenales-- resultara más exitosa que la occidental. Fue el resultante afán de competencia lo que impulso la carrera del crecimiento.
A pesar de numerosas voces críticas, se adoptó al Producto Interno Bruto (PIB) para llenar la necesidad que había de medir y comparar las economías nacionales. Su crecimiento (¡exponencial!) se volvió meta en las políticas gubernamentales globales, trascendiendo divisiones ideológicas: en Occidente apaciguó las demandas de las clases trabajadoras, dentro el bloque soviético sirvió para distraer de la falta de democracia. En el sur global ha servido para ilusionarnos con que con solo crecer la economía superaríamos el “subdesarrollo”.
El ser humano es proclive a tomar lo instituido en una sociedad como inamovible y a sentirse escandalizado cuando sus verdades se cuestionan. Pero el cuestionamiento al imperativo del crecimiento, como el que practican hoy varias vertientes de la economía heterodoxa (decrecimiento, post-crecimiento, o la “economía del estado estacionario”), es necesario para enfrentar las severas crisis que enfrentamos. Y aunque el decrecimiento no esté pensado para aplicarse en el sur global, necesitamos, nosotros también, reconsiderar nuestro derrotero.