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Gustavo Galvis Arenas
Jueves 05 de marzo de 2020 - 12:00 PM

El descontento

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El descontento de los pueblos genera protestas y manifestaciones que muchas veces terminan en actos vandálicos. Recordemos como la escasez de pan en París generó un fuerte descontento en las amas de casa y de ahí surgió la revolución francesa. En la Nueva Granada el exceso de impuestos exaltó los ánimos de los criollos y de ahí surgió la célebre revolución de los comuneros. Y es preciso señalar que a pesar de que este movimiento no fuera claramente independentista, sí generó una gran animadversión que hizo posible un deseo de romper las ataduras con España. En las colonias de Norteamérica el descontento fue grande y de ahí surgió la independencia.

En los últimos días, hemos observado muchas marchas y movimientos en Colombia, originados por incumplimientos y abandono del estado. En Bucaramanga hemos observado con preocupación cómo los impuestos son causados sin tener en cuenta normas claras y necesidades básicas. El año pasado por ejemplo, cobraron impuestos en forma irregular y solamente pretenden devolver el excedente en cumplimiento de una acción de tutela. Parece que los expertos del municipio o ya no laboran en él o los han trasladado a dependencias distintas de la secretaria de hacienda. Es decir, no hay expertos que sean capaces de diseñar el cobro de impuestos en forma coherente. Quienes informan en las dependencias municipales dicen que de pronto por allá en junio habrá buenas noticias.

No se puede acumular el descontento porque esto genera disturbios y malos entendidos. Las protestas están aceptadas constitucionalmente, pero cuando las marchas se convierten en el programa diario esto nos demuestra que el estado no es eficiente y que no cumplen con sus expectativas. Un presidente recorriendo el país apagando incendios no es lo que necesita Colombia. Las normas son para cumplirlas y el estado debe ser un instrumento eficaz. Anhelamos que el cobro de impuestos sea suficientemente técnico para no generar descontento. Parece que estamos ante una curiosa manera de gobernar, porque la alcaldesa de Bogotá recorre sus calles en forma permanente y le dice al pueblo cuáles son sus necesidades.

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