El negacionismo, que se define como “el rechazo a aceptar una realidad empírica o científicamente verificable”, está de moda. Como ejemplo, el Presidente de los Estados Unidos, un recalcitrante negacionista del cambio climático y del calentamiento global. Lo tiene sin cuidado la certeza científica apoyada por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), con sus conclusiones y pronósticos devastadores para la Tierra y sus moradores. Tampoco le importan las catástrofes climáticas mundiales, como los actuales incendios devastadores en su país- en Arizona y California- que han destruido centenares de miles de hectáreas de bosques, con muertes y desolación en varios centros urbanos.
Retiró a la superpotencia del Acuerdo de París, mientras el resto del mundo se comprometió con metas e indicadores a disminuir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero para el año 2030. Y lo grave es que como el líder de la extrema derecha, con su demagogia efectiva, puede ser reelegido a pesar también de haber minimizado los efectos letales de la pandemia del COVID-19 que tiene acorralado en lo económico y social al mundo. Su contendiente, el candidato del Partido Demócrata, Joe Biden, lo ha calificado como “pirómano del clima”. No tendría chance de ganar si el voto fuera en general, más racional que emocional.
Mientras tanto, también arde la Amazonía, el pulmón del mundo en Brasil y Bolivia. Colombia no escapa a la tragedia. El Pantanal, el inmenso humedal de Brasil también está ardiendo; súmense los incendios sin antecedentes en Australia y Siberia.
Y para sus objetivos políticos o económicos, los poderosos negacionistas están muy bien asesorados por los llamados “mercaderes de la duda”, como los que ayudaron durante muchos años a negar que el cigarrillo produce cáncer, los desastrosos efectos ambientes de la lluvia ácida, y la destrucción de la capa ozono por el uso de sustancias químicas refrigerantes como los fluorocarbonados (CFC).
Un mundo frágil en camino hacia el colapso climático.
