Frente a lo que ocurre en el campo hay que reflexionar con criterios de integralidad y largo plazo. Si no se hace, las dificultades continuarán creciendo y se volverán insolubles. Cuando ocurra sepresentarán los desbordamientos y las tragedias.
Es necesario atender las actuales reclamaciones. El gobierno nacional despliega su diligencia y buen interés por atender las inconformidades de campesinos y cultivadores por medio de sus principales ministros y asesores, quienes hacen lo posible por propiciar y encontrar soluciones.
De los voceros de los reclamantes se esperan valiosas actitudes que permitan alcanzarlos y así evitar al país y a sus habitantes los dolores de cabeza, las incomodidades y las pérdidas económicas que generan las vías de hecho y los desórdenes públicos.
Pero “la calentura no está en las sábanas”. Lo que ocurre ahora, lo que sucede hace años y se viene reflejando en constantes protestas, marchas, denuncias, reclamos, es consecuencia de unos males que se han acumulado, a lo que se unen las nuevas situaciones nacionales e internacionales implementadas sin tener en cuenta lo que se vive, lo que se siente, lo que se sufre en el campo: pobreza extrema, falta de servicios públicos, ausencia de infraestructura vial, desamparo total a campesinos, despojo de tierras, desplazamientos, guerrilla, paramilitarismo, cultivos ilícitos, minifundio, precios ruinosos, inviernos y sequias cíclicas, plagas, falta de crédito y toda una serie de precariedades y falencias.
Nada de eso se resolvió a lo largo de los años. Todos están desencantados, resentidos, arruinados y abandonados. Transcurrida la actual tempestad, hay que repensar el campo.
Concebir un nuevo modelo de desarrollo, integral, equitativo, que reivindique al campesino y haga operante las zonas de reserva campesina, contemple la agroindustria y la gran producción, genere empleo, innove, ordene el territorio y la producción y permita la convivencia.
