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Hortensia Galvis Ramírez
Sábado 15 de diciembre de 2018 - 12:00 PM

Una era termina y otra comienza

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hgalvisram@yahoo.com

Si nos situamos a finales de la era romana, la realidad era desoladora, ya el ciudadano no estaba en plan de servir, sino de servirse a sí mismo para aumentar su poder y complacer sus más bajos instintos. Pero simultáneamente en el subterráneo de las catacumbas, los cristianos vivían los valores espirituales enseñados por Jesús. Repentinamente todo cambió, el emperador Constantino legalizó la religión cristiana y la corrupta sociedad romana se derrumbó. Con este vuelco, la decadencia y el vicio se cambiaron en esperanza.

Vivimos ahora una situación similar: la corrupción generalizada y las mentiras institucionalizadas han llevado nuestra civilización a suprimir la vida y transitar hacia la muerte. La Tierra necesita limpiar tanto atropello y para ello está utilizando sus elementos: el agua se desborda en inundaciones, tormentas y tsunamis; el fuego purifica con incendios y erupción de los volcanes; el viento azota con tornados. El elemento tierra está generando enormes cambios: según la National Geographic: África se está fragmentando. Una grieta de 5.000 kilómetros cuadrados en el valle del Rift separa la placa tectónica somalí de la nubia, CNN considera que es “la etapa inicial de una ruptura continental”. También, alrededor de Nueva Zelanda surge un nuevo continente llamado Zealandia, con una extensión de 5 millones de kilómetros cuadrados, informa la ‘Geological Society of America’.

Devolver la armonía al planeta es ahora la tarea urgente de todos los humanos. La gestión más importante al respecto la está haciendo la universidad Schumacher en Inglaterra, donde sabios y especialistas trabajan para promover y enseñar un nuevo paradigma que transformará: la economía, la salud, la ciencia, la agricultura la educación, la política y dará importancia primordial a la ecología. Se trata de construir una sociedad humana donde se vivan valores como: cooperación, fraternidad y espiritualidad. Algunos países ya están adoptando este modelo con mucho éxito. En Bután, por ejemplo, el progreso no se mide por el producto interno bruto, sino según el grado de felicidad alcanzado por la gente.

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