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Isaí Fuentes Galván
Martes 06 de octubre de 2020 - 12:00 PM

El sapo en la olla

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Años más tarde frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquel miércoles de octubre en que por fin logró descifrar el texto escrito por el gitano Melquiades en un batiburrillo de sánscrito, arameo, cuaitlateco y otras cuarenta y un lenguas muertas en el que predecía la abolición del sistema de gobierno que casi toda la humanidad y por obra de Aristóteles había aceptado como el más perfecto y justo para los hombres: la democracia.

Con estilo hermético y cargado de simbolismo que asemejaba una parodia apocalíptica de la revelación de San Juan y las centurias de Nostradamus, el gitano escribió la historia que le había contado el mago Baltasar en la que un culebrero sefardí puso un sapo a cocinarse lentamente en una olla con agua para mostrarle a la humanidad como atizando el odio y la mentira podía lograrse que los hombres entregaran voluntariamente su libertad a uno solo para ser gobernados por una dictadura.

En aquellos tiempos, el congreso legislativo de Macondo conformado en su mayoría por los hijos de Pilar Ternera, había autorizado al heredero del sefardí expedir leyes y decretos a su antojo so pretexto de la peste del insomnio, aprovechando la rabia que sus habitantes sentían contra los descendientes del coronel por haber promovido la rebelión de los zurdos.

Mediante toda suerte de martingalas y soporíferos aquel tirano se había apoderado de los entes de control en los que hizo nombrar a currutacos tan serviles y soberbios como él. También había silenciado todos los periódicos, cooptado las cortes y sobornado a los hijos de Pilar Ternera con tierras y títulos nobiliarios. Cuando los temerarios congresistas de Macondo se alertaron era demasiado tarde, el sucesor del sefardí había expedido un decreto en el que ordenaba cerrar el congreso, declarar el estado de excepción permanente y convocar una constituyente para expedir una tarabiscoteada constitución que le otorgaba poderes omnímodos y le nombraban a él y su partido gobernantes vitalicios.

El sapo, que nadaba distendido en la olla mientras el agua se calentaba, murió hervido sin entender nada.

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