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Isaí Fuentes Galván
Martes 31 de agosto de 2021 - 12:00 PM

El seminarista II

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Toda mala película tiene parte II, y El Seminarista no podía ser la excepción, en donde como en el Macondo de García Márquez la realidad se mezcla con la ficción, la historia real de Colombia con la imaginación del nobel y de su abuela.

El seminarista es la historia real y fantasiosa del joven hijo de un poderoso narcotraficante y terrateniente antioqueño que con su carisma, encanto, prolija educación y cara de seminarista llegó a ser dos veces presidente de Colombia, luego de que unos vándalos asesinaran a su padre, lo cual marcó su vida personal y política para siempre, jurando en alguna montaña de Antioquia vengar la muerte de su padre, así eso significara bañar de sangre a todo un país.

Su rostro, en el que se conjugaban la núbil candidez de la juventud con el aire citadino e intelectual que suele otorgar la educación privada en universidades europeas, que lo hizo asemejarse a un inocente seminarista le sirvió para persuadir a casi todo un país de sus buenas intenciones: refundar la patria. No obstante, el tiempo y sus acciones, pero por sobre todo, la sangre derramada, dirían que al igual que Edmundo Dantés en El Conde de Montecristo, su sed de venganza lo llevaría a cometer los crímenes más atroces so pretexto de hacer justicia por mano propia.

“Caras vemos, corazones no sabemos” reza el antiguo adagio. Con mayor razón en política. Lo que sí no falla es el indicio. Como lo demostró Sócrates con su mayéutica deductiva. Aquél raciocinio mediante el cual podemos deducir lo desconocido a partir de lo conocido mediante una inferencia lógica y razonable y que resulta útil tanto para defender como para acusar. Tal cual lo hizo fray Guillermo de Baskerville en El Nombre de la Rosa.

Es por eso que no creo en las bondades de la candidatura presidencial del exministro Alejandro Gaviria, el rector de los Andes que quiere ser presidente. Es inteligente, sí; técnico, sí; liberal, sí; pero en mi opinión, una ficha más del establecimiento corrupto y mafioso que nos gobierna desde hace casi medio siglo. Otro con cara de seminarista, con discurso académico, pero fiel y leal a su cofradía, consentido de César Gaviria, Santos, Uribe y Duque.

Uno no es hijo de un exministro de César Gaviria, director del BID, gerente de EPM y de CONCONCRETO (los que le vendieron el cemento a HIDROITUANGO), ministro de salud de Santos, subdirector de planeación de Uribe, con esposa hasta hace pocos días codirectora del banco de la República del Gobierno Duque y rector de Los Andes, si no forma parte del régimen.

Los indicios no fallan: esta semana en Twitter, Gaviria salió a respaldar el nombramiento de Carrasquilla, el exministro de Hacienda de Duque que incendió al país con una reforma tributaria inequitativa que provocó muchos muertos y que reemplazó a su esposa en el Banco de la República. Advertido de su error de campaña, salió a desmentirse, a decir lo que la mayoría quiere escuchar.

Alejandro Gaviria es todo eso. Juzguen ustedes.

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