Los tiempos nos reclaman realismo y optimismo como bases para construir la esperanza. Puedo citar a Baldwin para afirmar que soy optimista, porque estoy vivo.
La pandemia nos obliga a buscar la solución en la ciencia, a la cual solo podemos pedirle que nos acerque a lo real. Tal vez nunca nos revele la verdad. Para el filósofo Thomas Kuhn, la verdad siempre estará escondida detrás de nuestra cultura, paradigmas, presunciones, definiciones y prejuicios. Razón no le falta. Los que hacen la ciencia padecen de todo lo anterior. Culturas distintas, afrontan de manera diferente un problema similar. En distintos tiempos un mismo grupo cambia sus paradigmas, naciones diferentes tienen paradigmas similares, y viceversa. La cultura juega dando la impronta, y si bien la ciencia debe ser colaborativa, la diferencia de culturas y de paradigmas la enriquece en el propósito de disminuir al máximo la incertidumbre, y ofrecer una esperanza ante el miedo que nos puede, porque el virus se nos antoja incontrolable. Un virus producto de nuestra manera de hacer riqueza, que es al fin y al cabo lo que preocupa a nuestra sociedad globalizada.
Se crea riqueza innovando, cosa que pocos hacen. También explotando a otros, esquilmando, ejerciendo el poder de mercado, como anota Stiglitz, especulando, robando mediante la corrupción en el poder, favoreciendo con leyes a quien acumula por codicia. Preguntémonos cómo se crea la riqueza en Colombia. Nuestro supuesto progreso mediante minería, narcotráfico, tala de bosques, caza y comercio de animales salvajes, carreteras atravesando selvas, invadiendo el hábitat de otros seres vivos, haciendo saltar los virus de especie a especie.
La solución no está en el sistema de salud que, por supuesto debe tener prioridad, y por sobre todo su talento humano. Está en el control social de los individuos sobre la política y la economía, en la ciencia, en la creatividad, en instituciones con pesos y contrapesos, en las garantías y el goce pleno de los derechos y en la abolición del consumismo.
