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opinion/columnistas/jaime calderon-herrera
Lunes 27 de mayo de 2019 - 12:00 PM

Palabricidio

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Siquiera tenemos las palabras , tituló Alejandro Gaviria a su más reciente libro, que por demás , su amena lectura nos hace reflexionar y mirar la realidad trágica con optimismo contenido, contención que apliqué al leer en la revista científica Lancet la alusión a un artículo del Washington Post del pasado diciembre, que da cuenta sobre la prohibición de la administración Trump, de usar en los documentos del gobierno americano relacionados con el presupuesto al Centro para el control de enfermedades, las palabras “diversity, transgender, fetus, evidence-based, science-based o health equity” . Omito su traducción por la presunta obviedad.

Dice el editorialista que esta orden de Trump es absurda y siniestra, pues censurar palabras, va en contravía del espíritu de la integridad de la ciencia, y si ésta es censurada, la misión del CDC de proteger a la gente de las enfermedades, de hecho, se ve comprometida. Se ordena, se miente, se dicen verdades, se alaba, se injuria, se incita, se enseña, se educa, se persuade o se castiga mediante palabras. Los colombianos estamos acostumbrados a censurar las palabras mediante el uso generalizado de los eufemismos, que no son cosa distinta que suavizar palabras o expresiones que denotan realidades fétidas.

También las distorsionamos con significados diferentes o contrarios. Es el caso de los falsos positivos para referirnos a verdaderos asesinatos de personas en condición de indefensión; también hemos abusado de la palabra paz.

Las revelaciones en una publicación del New York Times sobre unas directivas del alto mando militar colombiano que pudiera interpretarse como una insinuación a obtener más “bajas” mediante incentivos, pudiera traernos de nuevo a dichas atrocidades, máxime cuando un cabo en días pasados asesinó a un reinsertado y pretendió desaparecerlo con la complicidad presunta de algunos superiores.

El escándalo mediático propiciado por la publicación de tal directiva determinó su desautorización presidencial. Muy bien. Pero el ambiente que se respira en la Colombia profunda es el de incertidumbre y violencia, escenario donde las palabras desaparecen con la extinción de las vidas y con el miedo de los sobrevivientes.

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