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Jaime Calderón Herrera
Lunes 16 de mayo de 2022 - 12:00 PM

Rescatemos el alma de la medicina

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En distintos escenarios he manifestado mi preocupación por su desprofesionalización, debido a que la fragmentación del conocimiento médico exige profundización sobre solo algunos aspectos de la enfermedad y de la salud, descuidando la visión integral del ser humano y estimulando al médico especialista a ser más técnico y operador de equipos e instrumentos, repetidor de guías de práctica clínica y de estudios clínicos que han marchitado en algunos su pensamiento crítico.

En cuanto a la formación del médico general, le han venido quitando competencias y “especializando” de tal manera, que hay facultades de medicina orientadas a preparar médicos para ejercer en países desarrollados , mientras otras, el énfasis lo ponen en la administración, y entre las dos visiones, una miríada de opciones, con el resultado final de obligar al generalista a buscar una especialidad y luego otra, y solo el 20% de los egresados logran un cupo en Colombia para continuar su formación.

Todo lo anterior ha generado más problemas que soluciones. La medicina preventiva y la atención primaria con servicios los más cercano a los ciudadanos, es lo que en consenso se sabe que hay que hacer, dejando a los institutos especializados como la opción para los enfermos que los requieran. No es lo que tenemos. Con pocos especialistas es imposible atender con oportunidad; el desperdicio de recursos con exámenes y procedimientos no pertinentes es inmenso; el especialista tecnólogo carece en general de competencias para comunicarse con sus pacientes desde su supuesta altura intelectual; el trabajo en equipo, condición resultante de la especialización, es desarticulado en demasiados casos. El mandato de la atención centrada en el paciente y su familia para obtener los mejores resultados clínicos mediante acciones médicas costo efectivas que se traduzcan en satisfacción de todos los involucrados, hoy es un saludo a la bandera.

La medicina ha venido perdiendo el alma, olvidando que más que curar debemos cuidar a los ciudadanos para que mantengan su bienestar y a los enfermos para que lo recuperen sin caer en el encarnizamiento terapéutico, ni en el desperdicio de los muy escasos recursos. Siendo empáticos y autorregulándonos rescataremos el espíritu de la profesión.

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