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Jairo Martínez
Sábado 12 de agosto de 2017 - 12:00 PM

Esperemos la némesis

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Cuentan los expertos que el poder es una enfermedad con bien definidos y curiosos síntomas como son el creerse dotado de dones especiales, saberse el más inteligente, puro y santo, necesitar toda clase de venias y halagos, y sentirse el elegido del Altísimo en tierra, cielo e infierno. A este mal los griegos lo llamaron ‘hubris’ que, como dice el historiador español Enrique Suárez Retuerta, no es otra cosa que: “La violencia ebria que los poderosos ejercen contra los débiles y la arrogancia grosera de quienes ostentan el poder”. Para tranquilidad de unos y contento de otros, los griegos también definieron la némesis, nombre que dieron a la desgracia que los justos dioses siempre le aplican a la arrogancia de los humanos infectados por el hubris.

Un caso de cómo funciona este asunto lo relata la página web ‘Quo’ y tiene que ver con el emperador romano Marco Antonio Basiano, alias ‘Caracalla’. Cuenta que, a pesar de tener generosas iniciativas políticas, su ego se disparó hasta el punto de enfrentarse a la oposición del Senado, diciéndoles: “Sé que no os gusta lo que hago, pero por eso poseo armas y soldados, para no tener que preocuparme de lo que penséis de mí”.

Relata Quo que los aduladores de la corte masajeaban el ego de Caracalla poniéndole a la par del gran Aquiles y al emperador le gustó tanto la comparación que hizo envenenar a su mejor amigo, Festus, para agasajarle con un funeral tan suntuoso como el que el mítico héroe griego celebró en memoria de su compañero Patroclo.

Para Caracalla, dado su grado de endiosamiento, la némesis no pudo ser más cruel. En un viaje sintió necesidad de hacer del vientre, saltó de su litera y se ocultó tras unos arbustos. Allí fue apuñalado por uno de los soldados de su escolta, mientras aliviaba el esfínter.

Esperemos la némesis, que estas lecciones de los griegos continúen vigentes y los dioses despierten para aplicársela de manera justa y perfecta a tanto enfermo de poder, a tanto envenenado por el hubris, como tenemos por aquí

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