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opinion/columnistas/jorge gomez-duarte
Martes 27 de octubre de 2020 - 12:00 PM

Las dificultades del agro

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Muchos especulan sobre la rentabilidad económica que obtienen quienes invierten y trabajan las tierras en el país, sin un conocimiento certero de la realidad, y convencidos que la sola posesión de la propiedad rural genera la riqueza.

Quienes piensan así, se quedaron con la idea de las épocas pasadas, en que se tenían aparceros que trabajaban sus la-branzas de sol a sol, todos los días, para luego dar al terrateniente en dinero o en especies, un valor fijo o un porcentaje sobre la producción.

Los tiempos han cambiado. Hoy en día el agro se ha tecnificado, adquirió conocimientos e hizo inversiones importantes en infraestructura para hacerla ligeramente rentable, so pena de no ser viable pagando compromisos laborales de ley e insumos con altos costos.

Desde comienzos del siglo pasado, las políticas gubernamentales, al igual que el sector privado, motivados por la revolución industrial, voltearon sus ojos hacia el montaje de empresas de manufactura y entidades de servicios financieros y logísticos en las ciudades, olvidando al campo que le había dado de comer por muchos años.

Como consecuencia de ello y la violencia política y muchas otras que han habido, se generó la inmensa migración de la población rural al área urbana; algunos abandonaron lo suyo, otros vendiendo lo que tenían y unos más fueron a aventurar, dando origen algunos de ellos a problemas sociales que hoy vivimos en los llamados cinturones de miseria.

Un país no puede abandonar el campo, sector fundamental para la alimentación de su población.

En la mayoría de los países, dada su reconocida importancia, el agro tiene unas condiciones especiales desde el punto de vista tributario y financiero, al igual que servicios adecuados y precios de sustentación de productos, que estimulan la permanencia de sus habitantes y la inversión en el sector.

Por el contrario, en nuestro territorio, la tendencia es a asimilar esta actividad al sector industrial urbano, sin mirar las diferencias económicas, la incertidumbre propia de la producción, la deficiencia en infraestructura y el ambiente social que se vive a su alrededor.

El llamado es a la inversión estatal en el campo, con incentivos para el desarrollo social y económico, incluyendo por supuesto los pequeños propietarios, los cuales requieren especialmente conocimiento y tecnología, para hacer productivos sus terruños.

Los fracasos de las reformas agrarias acá y en otros países no han sido por la propiedad de la tierra, la cual terminan vendiendo o arrendando, sino por la falta de apoyo estatal complementario.

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