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José Manuel Acevedo
Domingo 16 de febrero de 2020 - 12:00 PM

Avionadas

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Nuestros políticos deben aceptar que son sujetos de escrutinio público y que sus conductas y acciones pueden ser revisadas y reprochadas por los ciudadanos, en el marco de un Estado Social de Derecho.

Lo que no puede perderse de vista es la dimensión de las cosas. Crear escándalos donde no los hay o llevar más lejos de lo que toca un episodio particular, marca la diferencia entre ser un país que es conducido por “alborotos” circunstánciales o ser una nación seria que le da valor e importancia a lo que realmente lo merece.

Soy de los que piensa, por ejemplo, que aunque es verdad que hay que esculcar el uso que le dan los presidentes y sus familias a los bienes públicos temporalmente asignados a ellos, en términos generales nuestros mandatarios han sido bastante responsables en esa materia. Ninguno ha abusado sistemáticamente del avión presidencial o ha hecho de la Casa de Huéspedes o Hatogrande, un uso desmesurado e inconveniente.

Así las cosas, ni haber usado la hacienda presidencial para casar a una de sus hijas, como lo hizo el expresidente Santos, ni haber llevado acompañantes de Bogotá al Eje cafetero, como se le critica ahora a la actual Primera Dama, me parecen pecados para mandar a unos y otros a la hoguera o, peor aún, para terminar reduciendo a la calificación de “abusiva” a una señora respetable que está haciendo mucho por los niños y los jóvenes del país, como María Juliana Ruiz.

Ese avión, por razones de seguridad, debe darle prioridad a los transportes de la Primera Dama y de sus hijos. Los gastos asociados con la gasolina de la aeronave son los mismos si viajan ellos solos que si llevan unos cuantos acompañantes, por una vez, a un desplazamiento como el que hicieron.

Pero además, el récord de la señora Ruiz, indica que han sido más las veces en las que se ha desplazado nacional e internacionalmente, con unos pocos asesores, en aerolíneas comerciales que en el avión 002 de la Fuerza Aérea Colombiana. Ponerle más tiza a eso es perder el foco de otros temas más relevantes como, por ejemplo, qué vamos a hacer para no conformarnos con un crecimiento relativamente mediocre de la economía o cómo vamos a jalonar a más gente para que salga de la pobreza extrema o qué medidas vamos a tomar para mitigar el desempleo.

Los escándalos inútiles nublan el buen juicio que deberíamos tener como país y nos ponen en una agenda inútil que no permite construir. ¡Más temas de fondo. Menos avionadas!

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