El trabajo hecho durante los últimos 14 años le dan hoy al programa Bucaramanga Metropolitana Cómo Vamos, BMCV, el prestigio...
La calle
Nadie puede cuestionar la posibilidad de salir a las calles a protestar. Nadie puede desdeñar de algo que no es un delito, sino un derecho. Nadie puede constreñir a los cientos, miles o millones de ciudadanos que un buen día han resuelto salir a sus plazas principales o reunirse en la plaza de Núñez a oír el discurso de balcón de su presidente, porque manifestarse y alzar la voz y arengar, no está mal. En las democracias contemporáneas, la calle está jugando un papel fundamental.
Lo que debe quedarnos claro es que hay cosas que “la calle” no puede sustituir y que no se pueden justificar. La violencia, por ejemplo. La destrucción del patrimonio público, para no ir más lejos. La obstrucción indefinida de espacios públicos que ha cobrado vidas de personas que no pueden pasar de un lado a otro en una ambulancia por cuenta de un bloqueo que nunca tendrá el rango de protección constitucional que tiene la defensa de la vida.
Tampoco la calle puede reemplazar arbitrariamente a las instituciones o los canales democráticos en los que esta sociedad coincidió cuando firmó su pacto social más importante: la Constitución Política de 1991. Ni un presidente puede pretender que sus reformas salgan adelante reuniendo gente en la calle, ni la oposición puede desconocer el mandato de un presidente amontonando gente en un lado o en otro. Las reglas de juego institucional deben respetarse y aunque resulte válido convocar a los colombianos a las calles para apoyar una causa o para expresar un rechazo a un gobernante o a una política de gobierno, una ley o una reforma constitucional no pueden aprobarse a punta de tumultos y menos de vías de hecho.
Todo esto lo deberían tener claro tanto el gobierno que ha convocado a sus simpatizantes el próximo 14 de febrero, como los opositores que han hecho su propio llamado para el día siguiente. Es responsabilidad de los líderes políticos de una orilla y de otra advertirle a sus bases la importancia del respeto institucional y enviar, de entrada, un rechazo contundente a cualquier expresión de desorden y violencia que lo único que haría es desvirtuar las banderas que cada cual defiende.
La calle, pues, es un escenario legítimo, sí y solo sí, hay conciencia de sus alcances y de sus límites y si se asume la plena responsabilidad que trae consigo un llamado a protestar como el de esta semana.