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Juliana Martínez
Miércoles 27 de noviembre de 2019 - 12:00 PM

Dilan

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Dilan Cruz tenía 18 años, cursaba su último año en el Colegio Ricaurte IED en Bogotá, y quería estudiar administración de empresas. Tenía las calificaciones requeridas. Lo que no tenía era lo que tanta falta les hace a miles de jóvenes en Colombia: el dinero para hacerlo.

Por eso salió a marchar el 23 de noviembre. Salió a exigirle al Estado algo que está garantizado en nuestra Constitución y que es quizás el más poderoso democratizador de una sociedad: una educación pública de calidad.

Pero Dilan no pudo cumplir su sueño; ni siquiera pudo regresar esa noche a su casa, pues, incumpliendo sus propios protocolos (https://www.semana.com/nacion/articulo/paro-nacional-que-tipo-de-proyectil-le-disparo-el-esmad-a-dilan-cruz/642099), el Esmad segó de un tajo las aspiraciones y la vida del joven.

Murió el pasado lunes 25 de noviembre, día de su graduación de bachiller.

Dilan no estaba encapuchado ni mostraba comportamiento violento o agresivo alguno. Estaba, como cientos otros, ejerciendo pacíficamente su derecho a la protesta; y luchando para que las promesas incumplidas por muchos años y administraciones de todo el espectro político a los jóvenes colombianos se hicieran realidad.

La corta vida y violenta muerte de Dilan dejan un legado importante que ojalá Colombia sepa escuchar: para construir un país en paz debemos ofrecer oportunidades equitativas a niños y jóvenes (especialmente una educación pública de calidad a nivel primario, secundario y superior); y garantizar el derecho a la protesta incluso—o quizás sobre todo—cuando no estamos de acuerdo con las razones por las cuales se está marchando.

Es decir, podemos estar en desacuerdo—y debatir hasta el cansancio—si las razones de los manifestantes son legítimas y hasta constitucionales. Pero no podemos ni poner en juego su derecho a protestar, ni comprometer su seguridad y su vida a la hora de hacerlo.

La lucha por una educación pública de calidad por la que Dilan dio su vida debe ser la lucha de un país entero.

Debemos recordar que lo que nos une es más fuerte que lo que nos separa: todos soñamos con un país con menos violencia, y más derechos y oportunidades. Es hora de unirnos para lograrlo.

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